jueves, 12 de marzo de 2009

LA POSESIÓN DE THIAGO by JAHHY (1ª parte)

Primera parte del cuento que me ha escrito mi amigo
Jahhy del Blog "Burbujas de Deseo"
¿Qué cojones haces aquí? -Merche Pallarés se sorprendió al ver que su hijo Thiago se había colado en su cama sin pedir permiso.

-Escucho ruidos, mamuchi. Tengo miedo- contestó Thiago mientras se acurrucaba en posición fetal en un extremo de la cama- La habitación está llena de ratas...

- ¿Otra vez con el puto Jahhy y su ratas? Joder Thiaguín, siempre la misma pesadilla. Estás helado y temblando. Pero bueno ¿qué es eso?

- Ya ves mamá, creo que es una erección. Lo siento, mamuchi.

- Diosssssss ¡Pero si es enorme! Siempre comiendo pizzas y bebiendo cervezas, así estás, que te sobra grasa por todas partes e incluso ahí.

- Los muebles se movían, mamuchi- balbuceó un asustado Thiago.

- No digas tonterías y haz el favor de no acercarte demasiado con eso…con eso tan enorme. Lo que me faltaba. Mejor vete a dormir con el cerdo. Diossssss ¡Siempre igual!

- ¿Me voy entonces a dormir con Glotón? Pero en el trastero hace frío.

- Bueno quédate, pero ¡ni se te ocurra acercarte demasiado ni te la menees que te doy de hostias hasta cansarme!

Merche Pallarés y su hijo Thiago vivían en un pueblo de Pontevedra de apenas 500 habitantes en plena Ría Thiaga-Sanxenso. Hacía dos años que subsistían gracias al empleo Merche como curandera, cuyas dotes eran alabadas en toda la comarca a base de pócimas humeantes de semen de percebe, babas de almejas, mejillones con endivias con roquefort putrefacto y patas de bogavante con pimientos agrios de Padrón. Tras la desaparición misteriosa de su esposo –legionario de profesión- en la retaguardia de Serbia y del cual, nunca volvió a saber nada, su hijo Thiago se encargaba de vaguear –tenía unas dotes especiales para ello- entre la piara de cerdos, las gallinas del corral, la vaca Tomasa, el rebaño de ovejas y un portátil con internet que utilizaba para ver páginas guarras y meterse en blogs de dudosa reputación. Eran felices y con el dinero ganado por sus curaciones milagrosas, vivían sin grandes carencias.

Merche Pallarés sanaba tumores, esquizofrenias, mal de ojo, disfunciones eréctiles, y la mosca del vino. Su fama había alcanzado cotas ya internacionales. Desde Rusia, Carballedo, China, Oleiros, Albania, Irán o Arteixo, llegaban hasta su consulta riadas de menopáusicas, enfermos renales, alcohólicas con artrosis, paranoicos convulsivos, alucinados marcianos, ludópatas estreñidos, monjas ninfómanas y amas de casa con mal de amores y aliento. No era un mal negocio. Unos meses más y podrían trasladarse a cierta mansión –a la que había echado un vistazo en un catálogo del famoso constructor “El Pocero”- situada en Miami Beach, lugar donde pensaba continuar con su especializada profesión.

Pero en estos momentos le preocupaba su hijo Thiaguín. Con 25 años, bajito, de ojos achinados, gordinflón y con un retraso mental considerable.

Thiaguín vivía feliz cual amapola silvestre -sin hacer prácticamente nada- cuidando a las mascotas con formas de ganado de la finca, viendo revistas guarras y escribiendo poesías infumables. Eso sí, ya era padre de tres criaturas que –de diferente madres- habían fallecido prematuramente del mal de las babas locas. En la comarca era conocido como El ThiagoBabas.

Aquel sábado ocurrió de nuevo. Volvieron los ruidos, el movimiento de muebles en su habitación, las voces y las ratas. Fue la primera vez que Merche Pallarés –asustada ante los gritos histéricos de su hijo- entró en la habitación y comprobó que algo extraño le ocurría a su hijo. El espectáculo que presenció marcaría el inicio de la horrenda pesadilla: Thiago se elevaba sobre la cama y su cuerpo desnudo –y con una inmensa erección- giraba como las manecillas de un reloj, a velocidad de vértigo, que ya quisiera para sí, Fernando Alonso. Su cara, amoratada y desfigurada, escupía babas verdes, amarillas, rojas y negras, en una composición pictórica que ya desearían para sí afamados pintores surrealistas. Y las ratas. Cientos de ratas rojas gritaban, corrían, mordían, volaban alrededor de su cuerpo mientras los cajones de la mesilla de noche, el mueble bar y el armario se abrían y cerraban sin sentido alguno. Las luces seguían un ritmo desconocido con cadencia de rock heavy mientras la persiana golpeaba la ventana con furor inhumano. Un olor a excrementos se extendía por toda la habitación cegada por una nube de color rosácea demasiado hippie para la tensión que allí se vivía.

Merche Pallarés sufrió un ataque de nervios y se abalanzó hacia la nevera de la cocina para zamparse un kilo de melocotones, dos docenas de lionesas de chocolate y un pastel de manzana con trufas. Ni siquiera pudo vomitar.

Avisó a Mosén Stultifer, el cura del pueblo, que no fue encontrado hasta bien entrado el amanecer en el pub “El Edén del Sado Feliz” en un deplorable estado de embriaguez etílico y sexual. Tras varios cafés, el Mosén Stultifer se atrevió a entrar la habitación que continuaba con una caterva de ruidos fantasmagóricos de película de terror serie Z. Merche Pallarés le conminó a que se colocara un abrigo de legionario con olor a cabra de su desaparecido esposo. El frío en la habitación era intenso, gélido.

-Hijo de puta, entra y verás lo que es bueno. Deja de follar con la zorra de mi madre y entra cabrón- la voz de barítono de opereta de un Thiagin desconocido tronó por toda la casa.

El espectáculo que se encontró al entrar Mosén Stultifer fue indescriptible. Tan sólo decirles que vio a Thiago desnudo, sangrando y dándole con una fuerza de bestia inhumana por detrás a Glotón, el cerdo mascota de la casa, flotando sobre la cama.

Es decir, en pleno aire ambiente. Inenarrable los gritos que desprendía el pobre Glotón al ser penetrado por esa bestia inmunda que retorcía la lengua, giraba los ojos, se arrancaba los pelos y escupía litros y litros de babas realmente asquerosas.

-Mamón, ven aquí y chúpamela, joputa!- Thiaguecito se alteraba con la visión del abrigo de legionario de Stultifer, el rosario de la Virgen de La Consolación y el agua bendita que éste portaba sobre la mano. Se colocó en un extremo de la habitación intentando apartar a las ratas, cuervos, serpientes pitón y cerdos que por allí hacían compañía al poseso Thiago.

- ¡Tócame los huevos, puta!…jajaja… ¿o quieres que te folle, putón? Thiago continuaba insultando al asustado Stultifer éste recitaba con mayor énfasis las bienaventuranzas y una letanía de rezos en un andaluz malagueño con mucho sabor. Al intentar untarlo con agua bendita, el poseso –más poseso si cabe- se abalanzó sobre el pobre Stultifer que tuvo que retroceder hasta el armario y esconderse en él.

- ¡Sal del armario, puta! ¡No huyas de la voluntad de Satanás! ¡Lo estás deseando, mamón! – la voz de Thiaguín brotaba como veneno de ultratumba desde las entrañas de su cuerpo hinchado.

Satanás tiene la fuerza de mil demonios y Thiago era Satanás en aquellos momentos. Levantó el armario con sus dos gordas manos y, sacudiéndolo violentamente, hizo salir al pobre Mosén que intentaba frenar el escape de orina que le provocaba el miedo y el nauseabundo olor del lugar. No tuvo tiempo a reaccionar. Thiaguín le agarró del cuello y con un violento giro de este se lo partió entre sus risas del más allá y el jolgorio de ratas, cerdos y aves del infierno.

Merche acudió aterrorizada a la casa cuartel del pueblo pidiendo ayuda. La Teniente Dianna era la encargada de meter en cintura a los cinco subordinados a su cargo. Poco trabajo había en el pueblo. Algún robo de gallinas, dos o tres violaciones al mes y algún asesinato por asuntos de tierras al trimestre. Menudencias en comparación con lo que le estaba relatando Merche entre sollozos y lágrimas de sangre. La teniente Dianna –a punto de jubilarse- intentó quitarse las pulgas de encima. Tenía contactos y los utilizaría. Eso sí, colocaría un retén alrededor de la casa para cuidar al ganado y posibles altercados con el más allá de acá.

El Cardenal Ángel era especialista en exorcismos, estigmas y fenómenos más o menos paranormales. En aquellos momentos se encontraba en Roma –Ciudad del Vaticano- intentando sacar el veneno del infierno a una monja de Laponia que sufría un avanzado estado de gestación maléfico. El mal estaba en sus entrañas en forma de alíen viscoso y amenazaba con parir un infierno llegado el momento. No dudó un instante. Le abrió el estómago a la septuagenaria monja con su navaja de Cuenca -¡Cuenca existe! y dejó salir al abominable ser que reconcomían sus entrañas. El Alíen fue gaseado con un extintor de fuegos artificiales prestado por el Cuerpo de Bomberos de Ciudad del Vaticano y, asunto arreglado. La monja y el alíen fueron arrojados al mar tras ser incinerados sus restos calcinados.

Cuando recibió la llamada de la Teniente Dianna –vieja amiga de correrías y noches de parranda en tapeo, vinos y fumatas violetas- no dudó en emprender vuelo raudo hacia el lugar de los hechos. Pontevedra estaba en el fin del mundo y tardó más de lo deseado en llegar.

Mientras tanto en la casa, Thiaguin continuaba vomitando, gritando y maldiciendo a todos los santos y santas del calendario oficial de la Iglesia. El retén de beneméritos allí apostados comenzaron a sufrir sus burlas y sus escupitajos. Gracias al fervor de madre, Merche Pallarés pudo evitar en más de una ocasión que, alguno de aquellos guardias hartos de soportar que les mentase a sus madres, hijas, novias, le metieran un cargador de balas en el vientre descompuesto y nauseabundo al Thiaguin de los cojones.

A dios gracias el Cardenal Ángel llegó al quinto día por la noche entre los gritos enfervorizados del poseso que olió su santidad a veinte kilómetros de distancia. Entró en casa bajo palio –que portaban los monaguillos asustados de la parroquia del pueblo- vestido con la capa roja, la sotana púrpura y la mitra. Daba gusto verlo. Mientras hablaba con la Teniente Diana y con Merche, Satanás Thiago empezó a cagarse literal y realmente en todos los muertos existentes desde la guerra de Irak para atrás. Bush y Aznar –aunque vivos, también fueron incluidos en sus endemoniadas blasfemias. En cuanto pisó la primera baldosa de la casa el Cardenal Ángel, un río de mierda se deslizó desde la habitación del poseso escaleras abajo –adquiridas en el blog de Stultifer- acompañadas por toda una colección de seres enanos endemoniados con lentejuelas, orejas puntiagudas, ojos de víbora y lenguas de salamandras del cretácico superior, que intentaron abalanzarse sobre el cuerpo de púrpura y oro del Cardenal. Ángel no retrocedió un paso. Citó apenas unas frases en latín antiguo –que nadie entendió y que es difícil transcribir- y todos aquellos inmundos seres salidos de las alcantarillas del Infierno, se esfumaron dejando un olor a rosas y jazmines que ya quisieran para si muchos laboratorios de aromatizadores caseros. La voz carajillera del endemoniado cesó y un silencio de orquídeas dormidas reinó en la casa por un corto y tenso intervalo de tiempo.

Necesito agua caliente, velas rojas, una foto de JuanDeDios, dos crucifijos del S. XIII, una ristre de ajos, una copa de orujo, dos biblias en latín, las poesías encuadernadas en piel de cabra de Didac Valmon, una daga turca, una bolsa de piruletas de ME –sabor fresa- unos candelabros en plata, un tricornio, hierbabuena y nuez moscada, una imagen de la Virgen de Transilvania, una docena yemas de Santa Teresa y conexión de alta velocidad con Internet. Ah, y unos estropajos. El Cardenal Ángel se encendió un puro que le ofreció la Teniente Dianna mientras entregaba sus peticiones a uno de los beneméritos.

Tras tomarse la copa de orujo y mientras reía junto a la Teniente Dianna recordando los viejos tiempos, el endemoniado Thiago volaba por el techo de la habitación en plan kamikaze de Al Qaeda expandiendo vómitos con sanguijuelas por doquier.

Una vez conseguido todo el avituallamiento solicitado y mientras se colocaba en los bolsillos las piruletas, la daga turca, el rosario con olor a incienso y la foto de JuanDeDios, el Cardenal Ángel inició la subida de la escalera en dirección al lugar del poseso. Los gritos –aniñados, envejecidos, de quinceañera en concierto de Bisbal, de mujer madura en éxtasis en brazos de Julio Iglesias, de parturienta y de cerdo a punto de ser descuartizado: en una sinfonía alucinógena que mordía cualquier oído con canon de la SGAE- fueron in crescendo según el Cardenal Ángel se acercaba a la puerta.

Fue preciso pedir al herrero del pueblo la sierra mecánica para abrir la atrancada puerta de la habitación. Una vez dentro, entre tinieblas y pérfidos olores a rata muerta y otras sustancias, el Cardenal se encontró con los ojos de pastillero fumado de Satanás. O sea, Thiago. Tumbado en la cama, con más tumores que un leproso de principios de siglo, con setas y hongos creciendo junto a larvas entre las sábanas repletas de excrementos, Thiago –o sea, Satanás- se levantó y se posó en el techo como un vulgar murciélago. Ángel –sin más miramientos- comenzó con el ritual del exorcismo. Colocó los candelabros con velas encendidas sobre el suelo, las poesías de Didac Valmon sobre la mesilla mojada de orín, el tricornio sobre el perchero junto al póster de Edilson Nascimiento mientras se sentaba en una silla recubierta con viscoso liquido baboso.

Thiago comenzó a sobrevolar el lugar escupiendo toda clase de insultos hacia el Cardenal. Lo más suave que le dijo fue algo así como: ¡Que te follen, cabrón!

Eso sí, mientras el Cardenal Ángel rezaba y rezaba en una letanía que se hacía por momentos soporífera, rociaba la estancia de agua bendita de Fátima con un recipiente de limpiacristales. Pasados tres cuartos de horas, Thiago –o sea, Satanás Belcebú- se posó cansado y aburrido sobre la cama harto de aguantar tanta monserga religiosa, católica y apostólica. Pero renació en cuanto Ángel le mostró la foto de la Virgen de Transilvania y de JuanDeDios. El infierno de Dante era una guardería de preescolar en comparación con lo que sucedió entonces. No se sabe si la influencia de la Virgen o la foto de JuanDeDios provocaron aquel estado en el cuerpo de Thiaguín.

De repente se transformó en un inmenso macho cabrío, para en segundos, transformarse en la efigie de una gárgola, pasando por la imagen de Leo Gamiani, Leticia Sabater, Fidel Castro, Massiel, Manuel Fraga, Mercedes Milá, un Buitre leonado, Cristina Ricci, un Elfo tuerto, Amy Winehouse, Alberto Núñez Feijóo, Madonna, David Beckham, una rata peluda y gigantesca, Emilio Pérez Touriño, Carlos Freire, La Pantoja de Puerto Rico, Michael Jackson y Miro Moreira. Todo ello con música de Metallica, Andrés Calamaro, Korn y Soraya.


Mañana, el segundo capítulo de esta apasionante historia...

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