jueves, 24 de septiembre de 2009

EL DÍA SIGUIENTE

D. Fernando Garrido de la Higuera era un farmacéutico a la vieja usanza. Su abuelo y su padre ya habían sido farmacéuticos, y de ellos había recibido la farmacia que regentaba. Estudiar la carrera tampoco fue complicado, pues casi todos los profesores de la Facultad de Santiago de Compostela, donde la había cursado, eran amigos o compañeros de su señor padre, D. Augusto. Mucho no había estudiado, la verdad. Había pasado esos años bebiendo vinos por la zona de El Franco, la calle del botellón por excelencia de aquella ciudad gallega.

Bueno, tampoco había que estudiar mucho para ponerte una bata blanca con tu nombre en el bolsillo y despachar los medicamentes que otros recetaban. Si, había que saber interpretar las penosas letras de esos lerdos, los médicos, que se pensaban que un farmacéutico no tenía otra cosa que hacer, vamos… Había gente, socialistas mayormente, que pensaban que una farmacia era poco menos que un servicio público. Qué idiotez. Vamos, era un negocio, un negocio familiar y próspero, además.

La farmacia le permitía vivir bien, pues, por ley, no se permite la libre competencia farmacéutica, y así, nadie podía poner otra botica cerca, que le pudiera hacer menguar sus buenos ingresos. Pagarle poco, además, a un mancebo auxiliar, ayudaba a que sus cuentas corrientes y sus inmuebles aumentaran considerablemente el patrimonio recibido de una familia de tan alto abolengo como los Garrido de la Higuera. Todo iba viento en popa…

Pero ahora ese gobierno de rojos que sufría España, ese Zapatitos de los cojones, que el diablo confunda, quería imponer en “su farmacia” la venta de la píldora abortiva. Vamos, el colmo. A ver si él no iba a poder vender en su farmacia lo que le diera la gana, esto es un negocio. Él vendía gominolas para la tos y viagras para esos impotentes... Pero él pastillas para abortar no las iba a vender, hasta ahí podíamos llegar, hombre, ¡por dios! Bueno, el no era un meapilas, pero su misa diaria no se la quitaba nadie, y su partidita con el cura, tampoco. Y la Santa Madre Iglesia lo tíene muy claro: el aborto es un pecado, matar a un feto, aunque sea de un día, es un crimen, e incluso fornicar fuera del matrimonio está mal visto..., sonrió entonces, mientras se acordaba de Merche, la chica de la carnicería a la que había puesto un pisito. El tenía un problema de conciencia, no estaba dispuesto a ayudar a las jovencitas casquivanas que no sabían proteger su coñito, a que abortaran al día siguiente y si te he visto no me acuerdo…¡putas, qué son todas una putas! Un farmacéutico está al servicio de sus pacientes, claro, pero no por eso tiene que vender una medicina que asesina a los no-nacidos… Todo esto lo pensaba mientras leía aquel periódico “El País”, órgano oficial del gobierno; aquel B.O.E. que llevaba a los pobres a creerse que ellos tenían los mismos derechos que la gente letrada y rica, que los empresarios que levantan al país con su trabajo; y metía aquellas ideas a los jóvenes...

Entonces, sintió que la puerta de su farmacia se abría bruscamente, y solo atinó a contemplar la cabeza despeinada de su hija pequeña, Rebeca de apenas 16 años, mientras le gritaba más que alterada, histérica: “Papá, papá, corre, corre, dame una píldora del día siguiente… “


Nota: Particularmente, no tengo nada contra los farmacéuticos, pero si en contra de esa peregrina idea de la "libertad de conciencia" para despachar esa píldora.

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