viernes, 27 de abril de 2007

PEREGRINACIÓN

Iago caminaba solo pero contento; el paisaje era abrupto y árido pero precioso, la mañana radiante, llevaba su mp3 puesto con la música a todo trapo y cantaba, el eco de sus gritos llegaba hasta el mar en el fondo de aquellos acantilados. Parecía más vivo que nunca.

Había decidido hacer aquella peregrinación a San Andrés de Teixido a pesar de no creer en nada de esas tonterías religiosas; pero le gustaban esos largos paseos por lugares recónditos y se lo tomaba como lo que era: una visita a un lugar mitad mágico, mitad místico; una excursión por uno de los rincones más inaccesible y bello de Galicia, un lugar al que “vai de morto o que non foi de vivo” pero al que todo el mundo ha de ir alguna vez.

Le gustaba vagar por aquellos bosques vírgenes, apenas poblados por algún caballo salvaje; aquellos caballos que luego se pelan en la conocida fiesta de la “rapa das bestas”. Le gustaba, igualmente, sentir la soledad y el misterio de esos montes telúricos, apartados de la civilización y con una historia misteriosa. Dicen que al ir de peregrinación a San Andrés no puedes ni debes pisar ni una simple hormiga porqué puede ser el alma de algún antepasado tuyo que no hizo el iniciático viaje en su vida anterior y ahora debe hacerlo encarnado en ese pequeño y lento insecto, siendo así mucho más penoso su trayecto. También el que llega en coche hasta sus proximidades debe dejar un asiento vacío por si algún ánima en pena decidiera acompañarle. En aquellos riscos también crece “a herba de namorar” que es infalible para conquistar al ser amado.

Iba pensando en todo ello, cuando alcanzó a un desaliñado anciano, quien a pesar de su aspecto desdibujado, caminaba a buen ritmo. Se puso a su lado y lo saludó atentamente, con esa familiaridad que da el encontrar a otro ser humano por una zona rural apartada.

“Buenas, ¿Qué, a cumplir con la obligación, no?” – le dijo alegremente el anciano -“ya se sabe, mejor ir de vivo…”

“Usted lo ha dicho, señor!” – le contestó Iago, mirándolo con unos ojos que lo dejaron helado – “No me dió tiempo a ir de vivo; por eso tengo que ir ahora”.


(Un poco folclórico y con final previsible, pero que se puede esperar de un fantasma. Esto es lo que hay a tal día de hoy del año de cristo de dosmil siete).

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