viernes, 27 de abril de 2007

CONFIRMACIÓN

A los quince años y a pesar de que estaba ya estudiando en el Instituto nos comunicaron que todos aquellos que quisieran podrían hacer la Confirmación en un acto multitudinario en la Catedral y que nos confirmaría en los dones del bautismo el mismísimo Obispo.

Nos dijeron igualmente que el Obispo era una persona muy agradable, que se sentía especialmente unido a los jóvenes y que, además, era el día de su cumpleaños. Don Antonio, el cura de Religión, nos dijo que sería muy bonito por nuestra parte hacerle al Obispo en ese día tan especial para todos un regalo, y que dejaba a nuestro parecer qué regalo ofrecerle.

Bueno, estuvimos pensando en nuestra clase que tipo de regalo sería el apropiado para un Obispo de cumpleaños, y después de descartar la típica corbata o el CD de Julio Iglesias, decidimos que le haríamos una canción. Pensamos que en la monumentalidad de la Catedral con todos los alumnos de los demás colegios de Coruña, el que nuestra pequeña clase le regalara al Obispo una canción sería algo muy sonado y sin duda a recordar.

David que tenía conocimientos de piano se encargó de la música y yo mismo puesto que escribía bien, me iba a encargar de la letra. Así que nos pusimos a ello. Yo enseguida la tuve, no era más que una estrofa con tres frases, pero ¡qué tres frases! directas, breves, sencillas pero contundentes. Bueno, ponerle música fue tarea sencilla.

Y llegó el día y la hora de la ceremonia. El que un Obispo oficie el sacramento de la Confirmación no se produce todos los años, así que la catedral estaba abarrotada de alumnos, familiares y hasta autoridades locales; todos con sus mejores galas. La ceremonia iba transcurriendo con normalidad cuando vimos que D. Antonio subía al estrado y anunciaba que un grupo de jóvenes cantores del Instituto iban a ofrecer al Obispo una canción como regalo de cumpleaños y comprendimos que nos tocaba actuar.

Entonces bajo un silencio impresionante y sobrecogedor, empezamos a cantar cuarenta alumnos a una sola voz la canción que salida de mi pluma, habíamos estado tanto tiempo ensayando:


"El señor Obispo es un ladrón,
el señor Obispo es un ladrón,
que nos ha robado el corazón"


Solo cuando vimos las caras de sorpresa y furia de todos los adultos allí presentes y oímos las carcajadas y chirigotas de los demás alumnos y el alboroto general que se formó después mientras Don Antonio agitaba los brazos como un poseso, fuimos conscientes de lo ambigua de la letra que tan alegremente se me había ocurrido.

Ni que decir tiene, que ese año me suspendieron en Religión.

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