viernes, 27 de abril de 2007

ESMERALDAS

Aquí donde me veis yo no he sido siempre un pobre estudiante delante de un ordenatriz, no. Yo en otra época he sido Traficante de Esmeraldas.

Durante un tiempo me dediqué a acaparar todas cuantas esmeraldas podía y encontraba; Tenía una obsesión, me pasaba el día buscando esmeraldas para mi colección; tantas llegué a acumular que algunas veces conseguí que bajara el precio de las esmeraldas en el mercado mundial de piedras preciosas, que parece una tontería pero no es moco de pavo.

Tengo mi cuarto lleno de recipientes de cristal repletos hasta los bordes de verdes esmeraldas; tengo tantas que no se como una banda internacional de ladrones no ha intentado robármelas todavía, y ya de paso la honra. Valen un pastón (las esmeraldas aclaro, no la honra).

Bueno, he de confesar que no son esmeraldas, pero ellas no lo saben. Son pequeños trozos de vidrio que el mar devuelve de los botellazos que le pegan los hombres, y que una vez pulidos por el continuo roce con los cantos rodados del fondo marino, son devueltos a la orilla por las olas en mis playas gallegas y que yo recogía de niño con esmero. Pero durante un tiempo alimentaron mi sueño infantil de regalarle a mi madre el mayor y más caro collar de esmeraldas del mundo.

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