sábado, 11 de octubre de 2008

¡SECUESTRADO!

Ayer fui secuestrado por un peligroso grupo terrorista. Secuestrado en un teatro. Estábamos en el teatro toda la peña asistiendo a la ópera “Boris Godunov”, sobre aquel oscuro personaje que asesinó al zarevich para ocupar el trono imperial, cuando un número indeterminado de hombres y mujeres armados irrumpieron al asalto llenos de armas y bombas, interrumpiendo la función, instalando unas delicadas cargas explosivas por todo el teatro mientras nos comunicaron que estábamos secuestrados. Bueno, el secuestro formaba parte del espectáculo, claro. Ya sabéis que voy al teatro con una numerosa peña porque así nos hacen un descuento del 50% en las entradas de grupo.

La obra de teatro, que representa actualmente el mítico grupo La Fura del Baus en el Teatro María Guerrero, recrea la toma del Teatro Dubrovka de Moscú por un grupo de terroristas chechenos, que retuvieron durante tres días a los más de ochocientos espectadores que se encontraban allí. Aquel asalto se saldó con la muerte de más de cien personas y de todos los terroristas, por los gases empleados por el ejercito ruso al intentar la liberación.

Desde ese punto de partida la obra reflexiona sobre la violencia y su justificación en según que casos. Se trata de observar como la misma acción puede ser un acto terrorista injustificado para algunos, mientras que para otros puede ser una acción liberadora de la opresión sufrida por su pueblo. ¿Es en este último caso lícito el recurso a la violencia? ¿Son más inocentes los espectadores de una obra de teatro (civiles) que unos pobres muchachos alistados a la fuerza en unos ejércitos que solo sirven a los delirios de sus gobernantes? Estoy un poco cansado del tema, pues es el mismo leitmotiv de una representación que vimos el año pasado: "La paz perpetua"

Bueno, como espectáculo está bastante entretenido y no te aburres en las apenas dos horas que dura la representación. No falta un recurso que últimamente veo en toda obra de teatro que se precie: la pantalla de proyecciones. La verdad es que ese recurso debe ahorrar un montón de pasta en los montajes. Pero, a pesar de que algunos de mi pandilla entraron con mucho miedo en ese, por otro lado, maravilloso teatro; pensando que igual escogían a algunos de los espectadores como rehenes en la obra y los subían al escenario para dar más realismo al asunto, yo estaba seguro que eso era imposible, pues se corre el peligro de elegir a un enfermo del corazón y que se te quede frito de verdad allí mismo. Y no creo que los productores quisieran tener que apechugar con lo que en las guerras se conoce como “bajas colaterales”. En cualquier caso, si algo le reprocho precisamente a la representación es que, en ningún momento, me sentí realmente “secuestrado”.

Al salir fuimos, como siempre, a tomar algo a un bar cercano; y allí vimos ya de paisano a todos aquellos actores-terroristas tomándose pacíficamente unas patatas bravas y unos calamares fritos. Fue entonces cuando reflexioné sobre la violencia bajo el prisma de mi filosofía plateada: Hasta los más violentos y peligrosos asesinos, incluso una vez muertos, tienen que alimentarse como todo hijo de vecino.

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