lunes, 13 de octubre de 2008

EL TRAJE DE MARINERITO

Yo hice la Primera Comunión vestido de marinero. Bueno, parece lógico siendo mi padre marino de Guerra. Era un traje de marinero blanco inmaculado y con una corbatita azul, heredado de mi hermano, claro. Mi hermano lo dejó impecable cuando él hizo la suya unos años antes.

Así que allí fui yo con aquel traje de marinero tan inmaculado y blanco y con mis zapatitos también blancos, lleno de temblorosa emoción de recibir por primera vez la hostia sagrada que me introducía en el mundo de los adultos. A partir de colocarme aquella vestidura iniciática debería asistir todos los domingos a misa, pasando previamente por el rito de la confesión y la comunión posterior. Bien, yo hice la Primera Comunión, pero jamás hice la Segunda Comunión.

La hice yo sólo, porque el día que me tocaba hacerla con mis compañeros de clase, estuve enfermo de la garganta. Así mi Primera Comunión tuvo más realce y emoción. Toda la capilla del colegio de monjas en el que por esa fecha estudiaba fue tomada al asalto por mis familiares y amigos. Y el coro del colegio cantó solo para mí. Yo recibí la hostia entre escéptico, divertido y preocupado. Pues de ninguna manera le había contado al cura que nos preparó y nos confesó que hacía cositas feas con mi compañero G. de mi misma edad y condición cuando jugábamos a los "leones". Pero mi cuerpo no estalló en mil pedazos al tragar aquel trozo de pan a pesar de encontrarme en pecado mortal, como yo esperaba. Así que en aquel mismo momento me percaté de que todo era una tomadura de pelo. Y que aquel Jesucristo que en forma de pan se introducía en mi cuerpo le importaba un pijo mi vida sexual. Resucité.

Recuerdo que en la chocolatada posterior el regalo que más ilusión me hizo fue una caña de pescar. Espero que dios me perdone por mi temprana afición a la pesca de aquellos inocentes animalitos, afición que hoy he abandonado. Ya no voy de pesca, aunque sigo comiendo pescado, eso sí; pero al menos ya no los veo agonizar pinchados por aquel anzuelo en mi cesta de mimbre.

Y lo que sí recuerdo, igualmente, es que ese mismo día me fui de pesca con mi caña y con mi traje de marinerito y mis zapatos blancos. Mi madre intentó detenerme y me suplicaba que me cambiara, pero yo me mostré inflexible. Alegué que si ese día era “mí día” como me decían curas, monjas y familiares, nadie me iba a detener ni a hacerme quitar aquel traje tan reluciente. Y que yo me iba al pantano a pescar así vestido por encima de todo. Supongo que el hecho de que ya no tuviera más hermanos pequeños para heredar aquel traje ablandó a mi madre, que finalmente accedió a mis deseos.

Así que ya os imagináis la estampa. Al lado de todos aquellos pescadores adultos con sus atuendos de pesca y unas botas de goma por la rodilla, un enano pescando en el río con una caña de pescar más grande que él, vestido con un traje de Primera Comunión y sus zapatitos blancos, que por aquel entonces, ya estaba más lleno de mugre que el perro de un gitano.

Recuerdo nítidamente, mi regreso triunfal por toda la aldea donde pasábamos el verano, con mi traje todo empapado y lleno de barro, mi caña de pescar de adulto al hombro, y mi cesta de mimbre con aquellas tres ó cuatro truchas iniciáticas, siendo el hazmerreir de todos los vecinos; pero yo más contento que dios. Y es que a dios lo llevaba, por primera y última vez en mi vida, dentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario