domingo, 22 de febrero de 2009

UNA CUESTIÓN DE TENDENCIAS

A Marcos le encantaba su trabajo. Era bibliotecario. Pero no una bibliotecario cualquiera, no. Era el bibliotecario de la Academia de los Libros Notables. Allí no entraba cualquier libro, solo los mejores. Cada libro que allí se depositaba debía estar referenciado, al menos, en otros cinco libros. Y todos sabemos lo mucho que les cuesta a los escritores hablar bien de los libros de los demás.

En cualquier caso, aquella no era una biblioteca pequeña de barrio, como la de su anterior trabajo, donde pasaban la tarde aquellos zarrapastrosos estudiantillos, armando interminables jolgorios entre calentura y calentura. En ésta había que ser socio numerario para poder entrar, y tampoco se admitía a cualquiera. Solo se admitía a escritores famosos y consagrados.

Marcos, entonces, conocía cada libro y cada lector. Trataba aquellos ejemplares con un mimo excepcional. Le gustaba tenerlos perfectamente colocados en sus anaqueles de acuerdo con las más estrictas normas de la CDU. A menudo abría aquellas estanterías acristaladas y con un plumero de contrastada calidad les sacaba el polvo de uno en uno para que no se deterioraran. Igualmente tuteaba y aconsejaba a cada uno de los académicos. Aunque esa parte de tu trabajo le gustaba menos. Marcos era un excelente bibliotecario sí, pero odiaba los préstamos. Odiaba que vinieran a solicitarle un libro y a retirarlo para su lectura en casa. Antes de prestar alguno de aquellos ejemplares que tanto amaba, se aseguraba que el peticionario no tuviera ni el más mínimo retraso en alguna devolución de sus préstamos anteriores. Estudiaba en el ordenador el historial, y examinaba de arriba abajo al interesado para asegurarse de que su salud fuera lo suficientemente buena para que no falleciera durante el periodo de lectura estipulado.

Prestar aquellos maravillosos libros, que para él condensaban todo el saber de la humanidad, todo conocimiento digno de perpetuarse, era un tremendo sacrificio y le costaba un dolor físico difícilmente soportable. Le parecía que prestar uno sólo de aquellos libros rompía el necesario equilibrio universal, y que una vez prestado aquel ejemplar, cualquier desgracia podía suceder en el mundo. Atribuía cada guerra, cada crimen, cada catástrofe natural al simple hecho de haber prestado alguno de aquellos tomos. Todos los días repasaba el cajón de las fichas de los libros prestados, y hacía un recuento: Jueves, 6 préstamos, 4 devoluciones. Viernes, 8 préstamos, 3 devoluciones..., la tendencia nos llevaba irremediablemente a la perdición. El problema es que no era el único bibliotecario. Su compañera Marta prestaba también aquellos libros tan preciosos y, lo que es peor, de una manera arbitraria y descabellada. Los prestaba hasta con alegría. Decía que los libros estaban para leerse. ¡Aquella estúpida!

Marcos la odiaba. Marcos había intentado convencer a los responsables de que él solo podía encargarse del trabajo, que no le importaba ampliar su horario e, incluso, que podía instalarse allí mismo a vivir, con una cama abatible por todo mobiliario, para no tener que compartir su tarea con aquella irresponsable. Pero sus jefes no aceptaron tan disparatado ofrecimiento. Cada lunes volvía a mirar el famoso fichero y volvía a leer irremediablemente como aumentaban los préstamos: Viernes, 2 préstamos, 1 devolución. Sábado, 7 préstamos, 4 devoluciones. Marcos calculaba que a ese ritmo era inevitable que la biblioteca se quedara vacía alguna vez. Vale, si, en uno o dos siglos, pero terrible e invariablemente vacía. ¿Qué sería de aquellos libros perdidos y desperdigados en pequeñas bibliotecas domésticas de aquellos viejos académicos? Y ¿qué sería del conocimiento humano más exquisito y necesario? Sería el fin. Por ello no dudó, él conocía la solución y sabía cuál era su misión.

Cuando la policía vino a interrogarle, él apenas les prestó atención. No, no sabía nada de la vida de su compañera de trabajo; no, apenas la conocía; no, nunca salían juntos fuera de la jornada laboral, -les dijo desganadamente,- mientras contemplaba satisfecho el cajón de los préstamos: Lunes, 2 préstamos, 6 devoluciones. Martes: 1 préstamo, 4 devoluciones… ¡Por fín! La tendencia se había invertido.

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