miércoles, 11 de febrero de 2009

EL AGUILUCHO, ¿EL FINAL?

¿Os acordáis de mi cuento inacabado que escribí como un homenaje en el segundo centenario de Poe y que llamé “El Aguilucho”? Bueno, era un cuento con un final abierto en el que yo proponía a los lectores que explicaran cómo se había cometido un asesinato. No lo he continuado porque, aunque si que tengo pensado el final, me da una pereza enorme retomarlo y rematarlo.

Pero mira por dónde, Tatojimi, al que yo el otro día acusaba alegremente de que ya no se inspiraba en mi blog, propone en su comentario esta continuación… ¿Será el final? Bueno, no lo sé. Pero si que sé que así da gusto hacer post. Así se las ponían a Fernando VII, según dicen… ¡Vamos que se tocaba la bolas, mientras otros le hacían el trabajo!, jajaja. En fin yo en mi línea de abrir mi blog (y lo que haga falta con tal de encontrar placer en ello, jajaja), a colaboraciones externas, hoy cedo mi post a Tatojimi. Tu dirás si aquí se (me) acaba el cuento, jajaja. Bezos.



"La botella de absenta seguía en la mesa. Me miraba. Con una sonrisa embriagadora, dirigía sus ojos hasta los míos. No hablaba, pero yo entendía sus palabras. Quería que la volviera a coger con mis manos, que juntara mis labios con los suyos. Que bebiera el ardiente líquido que había en su interior.

Llevo más de dos horas luchando con ella. Luchando con mi nublado cerebro. Con mi espíritu muerto. No me queda apenas voluntad. No puedo resistir por más tiempo. Alargo la mano para acariciar sus curvas. Esas curvas que son más atractivas que las de esas nalgas blancas que pueblan mis sueños... de cuando tenía sueños.

En un último resquicio de resistencia, doy un manotazo a la botella. Sale disparada contra la pared. Se estrella contra ella, dejando una marca, al lado de otras marcas iguales, de otras noches de lucha y resistencia. El ruido al romperse, se junta con el ruido del enésimo trueno que rasga la noche.

Me arrepiento inmediatamente de mi gesto, de ese espasmo de hace unos segundos. Me lanzo a los restos de la botella. Con mi mano, intento retener algo de ese líquido apestoso y ardiente. Escucho una música tenebrosa, unas carcajadas fantasmagóricas. Me giro rápidamente. Miro hacia donde suenan las carcajadas. Pero no hay nadie, pero suenan detrás de mí. Vuelvo a girarme. Las escucho más cerca, pero no veo nada. Siento como si el que se carcajea estuviera escupiendo su asqueroso aliento en mi cara. Me angustia... no para de reír... me tapo los oídos, pero no puedo dejar de escuchar esa carcajada. Por mucho que abro los ojos, y juro que no puedo abrirles más, ni siquiera vislumbro esa boca asquerosa, con apenas dos dientes negros por mascar tabaco, de dónde sale esa risa estridente y angustiosa.

No puedo luchar. Me rindo. Me tapo los oídos con mis manos, me hago un ovillo en el suelo. Los brazos me tapan la cabeza. Y grito... grito... pero nadie me escucha. Afuera, arrecia la tormenta. Un relámpago se mezcla con el trueno del anterior relámpago. La lluvia azota los cristales.

De repente veo una cara en la ventana. Tengo los ojos cerrados, los brazos me tapan la cabeza, pero la veo. Una cara con una nariz aguileña. Unos pelos largos y putrefactos, asoman por sus orificios. Sus ojos abiertos, su boca abierta... susurran como el viento palabras inconexas, sin sentido. Es el último de los Quiroga. D. Alfonso clama venganza. Sus carcajadas, sus gritos, se unen a los gritos de mi cabeza, a los de mi alma. O todos son los mismos. No distingo... mi cabeza está llena de risas, de viento, susurros de palabras inconexas, de gritos desgarradores, de truenos, de relámpagos...

Y de repente...
...
...
...
...
el silencio.
...
...
...
...
Toc, toc.
...
...
...
toc toc.
...
...
...
toc, toc.
...
...
...
Es la puerta. Abro los ojos con cuidado. No quiero encontrarme con esa boca pestilente cuyas carcajadas escuchaba hace unos momentos. Pero no está. Es de día. Los rayos del sol penetran por la ventana, soezmente alegres.

- Toc, toc.
- ¿Quién es?
- Soy yo, Trent.
- ¿Trent? ¿Qué trent? – acierto a preguntar con voz gangosa.
- Su asistente...
- ¡¡Ah Sí!! ¿Y por que viene a importunarme a estas horas de la mañana? Espero que sea importante, si no quiere perder tus huevos de un sablazo.
- El comisario le espera desde hace una hora en su despacho. Son las 4 p.m.

De repente me acordé. Había quedado a las 3 p.m. con el comisario jefe, para compartir con él mis avances en la investigación del caso Quiroga.

- Deme unos minutos.

Me incorporó como puedo. Me duele la cabeza cada vez que la muevo. Es como si un martillo golpeara mis sienes. Arrastrándome, consigo llegar a un espejo que tengo en el otro extremo de su habitación. No puedo reconocer el rostro que veo reflejado. Pero no cabe duda que es el mío. Abro el grifo, y tras un ruido estruendoso, un amarronado y espeso líquido empieza a salir por él. Lo dejó un rato. Seguía siendo marrón, ahora claro, pero por lo menos ya no era espeso. Mojo mis manos, las uno para retener un poco de líquido, y me paso con ellas la cabeza. Al comprobar que, apenas unas gotas llegan hasta mi cara, meto mi cabeza debajo del grifo. Estaba fría. Pero al cabo de unos segundos, consigo que mi cabeza se despeje un poco. Me incorporo y me vuelvo a mirar. Mi cara esa igual de asquerosa e irreconocible, pero mojada. Me paso los dedos por su melena negra, y me los echó hacia atrás. No puedo hacer nada para mejorar mi aspecto, sin tardar mucho más tiempo del que el comisario me daría antes de prescindir de mis servicios. Así que, cogí mi gabán, y me dirigí a la puerta.

Trent, un joven apuesto y guapo, rubio para más señas, con una mirada alegre e inteligente, me esperaba apoyado en la barandilla de la hedionda escalera de mi casa. Trent era un buen asistente. Fiel. Seguro que me había cubierto ante el comisario. Y más le valía... sino su secreto a lo mejor corría peligro. Y podía acabar en la cárcel por una buena temporada. Un día, me le encontré en un antro del centro, siendo sodomizadas sus blancas y relucientes nalgas por un viejo aristócrata. Una mirada bastó para sellar nuestro acuerdo. Silencio, por silencio.

Nos quedamos mirándonos a los ojos. Trent alarga las manos, y me pone bien el cuello del gabán. Sin palabras, emprendemos el camino hacia la comisaría.

El comisario nos espera inquieto en su despacho. Una mirada aterradora, basta para que estuviera seguro de que está muy enfadado. Mi cuello está en juego. Y el blanco y bello cuello de mi asistente, por lo que puedo percibir, también está en juego.

- Caso Quiroga. Le escucho.
No disimula. No hay lugar a las convenciones sociales, a saludos intrascendentes. A educación trasnochada.
- El Sr. Quiroga murió la noche de autos, envenenado por cianuro – empiezo a recitar. El informa del forense es contundente. El olor almendrado que inundaba la estancia, ya nos daba esa pista. Aunque la asistenta rompió las ventanas, en un claro afán de librarse de ese oprimente olor, aún quedaban restos de él.
- ¿Y la herida? – atronó incrédulo el comisario jefe.
- La herida se hizo unas horas después de que el finado muriera. Fueron hechas con unas agujas de hacer punto. Al menos fueron 54 incisiones, lo que al final consiguieron hacer ese impresionante boquete.
- Continúe.
- La asistenta ha confesado, tras un interrogatorio, que fue ella la que, al descubrir el cadáver de su amo, cogió las agujas que estaba utilizando para hacer una bufanda a su hija, y se cobró los años de insultos y golpes. Pero no fue la asesina.
Mi boca está apestosa. Cada palabra que digo, me cuesta un triunfo.
- El asesino es, Feliciano Teixeiro – digo de un tirón.
El silencio se hace en la habitación. Es tan espeso como mi boca. Es tan espeso como el aire que precede a una tormenta. Y es una tormenta lo que se avecina en este momento. El Sr. Teixeiro es un hombre famoso. Rico. Escribe libros, que solo compra él. Él los escribe, él los lee. No se conoce a nadie que compre sus libros. Es un hombre orgulloso. Un hombre poderoso. Tiene cientos de acólitos esperando que chasque los dedos, para hacer lo que él les mande. Tiene además, comprada a toda la ciudad. Nadie sabe de dónde proviene su fortuna. Aunque las malas lenguas dicen, y yo las creo, que su fortuna proviene de los muchos Sr. Quiroga que pueblan la ciudad.

No se sabe cómo, ni por qué motivos, el Sr. Quiroga, ha dejado como heredero a Feliciano Teixeiro. Una herencia que, en un gesto teatral del destino, le ha costado la vida. Ese palacio zarrapastroso y medio derruido, tiene su valor. Está en pleno centro de la ciudad. Y según testimonio de la asistenta, el Sr. Quiroga, guardaba en su colchón una ingente cantidad de dinero. Dinero que por mucho que buscaron sus hombres, no encontraron. En realidad no encontraron ningún colchón donde buscar. Misteriosamente, habían desaparecido de la casa.

- ¿Y Vd. quiere que acusemos al hombre más rico de la ciudad? ¿Vd. está loco?
- Sr. Comisario. Vd. quería la verdad. Esa es la verdad.
El silencio sigue siendo opresivo. El comisario da vueltas alrededor de su mesa. Trent y yo seguimos de pie. Yo apenas consigo tragar. Mi boca tiene una lija del cinco como lengua. Trent me mira inquieto de reojo.

- Le voy a decir cuál es la verdad. Y no lo repetiré dos veces. La asistenta es la asesina. Y la acusaremos. Borrará toda referencia al Sr. Teixeiro de sus informes, informes que mañana a primera hora quiero en mi mesa. Ella odiaba a su amo.
- Pero... – empiezo a decir...
- Pero Vd. quiere seguir en su puesto. ¿Verdad? – y el comisario le miraba directamente a sus ojos. Y Vd. Trent, quiere seguir ofreciendo su culo al mejor postor, sin ir a la cárcel por sodomita. Así que, la asistenta irá a la cárcel, el Sr. Teixeiro seguirá publicando sus libros para comprarlos él mismo. Vd, seguirá su idilio con la absenta, y Vd. seguirá siendo sodomizado todos los jueves. ¿Tenemos un trato?
Miro a Trent. Su cara es más blanca que de costumbre. No decimos nada, pero lo decimos todo.
- Pueden retirarse – dijo de forma inapelable el comisario.
Salimos.
Con una mirada, le indico que me siga. Volvemos a mi pocilga. No hablamos. Cierro la puerta detrás de nosotros. Me doy la vuelta, y agarro a Trent por el cuello. Le atraigo hacia mí. Y el taladro su boca con mi lengua. Me separo de él, y le doy un golpe con el dorso de mi mano diestra. Cae al suelo. Me agacho, y le arranco los pantalones. Le pongo boca abajo. Saco mi miembro. Busco su orificio, entre esas blancas nalgas que alguna noche me quitan el sueño. Trent grita, al notar mis dedos inexpertos penetrando su ano. Pero no se mueve. Escupo en mi mano. Casi no tengo saliva, pero da igual. Meto mis dedos otra vez... Trent grita. Pero no me detiene. Introduzco mi miembro en ese agujero. No puedo resistir a esas blancas nalgas. Parece que no entra. Empujo. Al final, consigo meterla. Un grito desgarrador atestigua mi triunfo. Y empiezo a bombear. Con fuerza. Le agarro de su melena. Le levanto la cara. Veo su reflejo en el espejo del fondo, con la mesa entre medias. Veo el dolor en su cara. Y veo también el placer. No duro nada. Apenas un par de minutos. Ya está. Grito... Grita. Y caigo sobre él. Sudor contra sudor. Así estamos unos minutos.
Me levanto. Se levanta. Tiene un líquido blanco y viscoso en su estómago. Y unos restos rojos que contrastan en sus blancas nalgas. Los mismos rastros rojos que perlan mis genitales.
- La hija de la asistenta...
- Es nuestro pequeño triunfo. El dinero que cogió la asistenta, le servirá para iniciar una nueva vida.
- ¿Y nosotros?
Le miro fijamente.
- Arregla la habitación, tráete un jergón, y vente aquí a vivir.
Es ya de noche. Un relámpago estrella su luz contra la ventana. Un trueno le sigue. Los restos de la botella de absenta de esa mañana me miran desde su rincón. Pero ya no escucho sus voces".

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