lunes, 11 de junio de 2007

CHAMBÓN

Feliciano Teixeiro era un caballero. O al menos eso decía su mujer, Maruja.

Ella era la que atendía la casa y atendía también la tienda de compra-venta de objetos de segunda mano contigua a la vivienda familiar. Allí convivían viejas armadura medievales con raídas capas españolas en desuso; se amontonaban viejos retratos de bigotudos abuelos con medallas de los más variopintos méritos; bandejas de alpaca que cualquiera diría de plata; vasijas de ignotas dinastías chinas falsamente Ming; comedores de estilo español con cuero repujado en sus asientos; monedas de todas las procedencias y algún viejo chaqué que había conocido tiempos mejores con el que todavía se casaban algunos menos pudientes. Todo se amontonaba en aquella chamarilería.

Pero Feliciano era un caballero, ya digo. Jamás participaba en las negociaciones comerciales de la tienda ni mucho menos en los asuntos de la casa, ejercer el comercio le parecía una actividad impropia de su alcurnia. Feliciano era el único descendiente de un canónigo de la catedral de Vigo, desde donde había venido a casarse con la trabajadora y enamorada Maruja, a la que había conocido en una peregrinación a Fátima con las damas de la Adoración Nocturna. Ella lo decía siempre –“Mi Feliciano es un caballero, no se me mete en nada”. Y él permanecía en el comedor permanentemente sentado en una vieja orejera con vistas al negocio en el que no participaba, leyendo la prensa deportiva todo el día, siempre callado, mudo, impasible a las transacciones que llevaba con puño de hierro su mujer.

Por eso Maruja se quedó tan sorprendida cuando, después de colgar en el comedor aquel cuadro de una última cena en plata, recién adquirido a una familia que pasaba recientes apuros económico, Feliciano, levantando apenas los ojos del “Marca” que estaba leyendo en aquel momento y mirando fijamente el cuadro colocado encima del viejo aparador, le soltó a su mujer aquella frase que tanta aprobación denotaba y tan contenta la dejó – “Pincha, ¡formidable!” – le dijo, sin dejar de pasar las páginas del grasiento periódico.

Feliciano hablaba poco, pero era todo un caballero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario