domingo, 7 de junio de 2009

LA GUARDIA BAJA

Este post puede herir la sensibilidad del lector,
cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


Alberto se levantó de la cama con calma y se dirigió tranquilo a la ducha. Es verdad que hoy tenía que recoger los resultados de los análisis que se había hecho por precaución. Pero él no tenía nada que temer. Se entretuvo en contemplar lo bueno que todavía estaba y lo bien formado de un cuerpo que volvía locos a los tíos. Todavía, a sus treinta años, conservaba su belleza masculina y salvaje, esa cara de mala leche, con un gesto como de despreciar a todo el mundo que tanto morbo producía en los gays. Pero, sin embargo, su sonrisa deshacía esa primera impresión. Su sonrisa era cautivadora y le había proporcionado tantos ligues... Se detuvo, todavía en contemplar su polla, perfecta, grande, bien formada… estuvo considerando la posibilidad de hacerse una paja, porque aún tenía tiempo, pero desistió finalmente. Se hechó colonia.

A ver, el no tenía nada que temer. El era activo, joder. Eran otros los que tenían que preocuparse. Además Roberto no era tonto, siempre tomaba precauciones. Bueno, casi siempre, pero las posibilidades de un positivo eran mínimas, casi ninguna, - pensó-. La estadística no suele fallar y sus probabilidades eran despreciables. Total, que él recordara, solo aquella vez en la sauna, en la que de tan caliente que estaba se tendió de espaldas en una cama redonda, y mientras le comía la polla a un sudamericano que le sujetaba los brazos, alguien le metió el rabo por detrás, mientras unos cuantos mirones contemplaban la escena. Bueno, - se río- qué bien me lo estaba pasando, ¡que morbazo de polvo! Eso sí, no podía ver ni quién le estaba enculando, el seguía a lo suyo, trabajando aquel enorme pollón que le estaba volviendo loco. Cuando después de un buen rato, quiso volverse para decirle a la cara a aquel que lo estaba poseyendo que tuviera cuidado, y que no se fuera a correr dentro, notó que había llegado tarde y que aquel tipo desconocido no había podido contenerse. Sintió algo caliente y húmedo entre sus nalgas, cayendo por sus piernas. Todos los participantes en la orgía, salieron corriendo. Casi lo habían violado, pero él estaba tan caliente que, sin apenas limpiarse, terminó con un violento pajote, uno de los mas placenteros que se había hecho nunca. Aún tembloroso se lavó en la ducha a los pocos minutos, así que nada podía haber pasado en tan poco tiempo.

Bueno, pero había sido sólo una vez. Una vez no tiene importancia –pensó-. Si por una vez ya se infectara uno, estaría medio Madrid infectado y apenas quedarían gays para follarse. Estas cosas solo pasan en África, se dijo finalmente, descartando sus pensamientos. Una vez no era nada, entre mil…, no, dos mil tíos que se habría follado en estos años. ¡Por una vez…! – repitió-. Me cogió con la guardia baja-, se dijo.

Hombre, también – continuó recordando- estaba aquella vez que un tío se corrió en su boca. Joder, es que hay gente que no es capaz de aguantarse, se van enseguida. El tío tenía un buen rabo y él lo estaba pasando bien mientras se la comía. Pero de repente, sin previo aviso, notó la boca llena de aquella leche extrañamente salada y pastosa. El no estaba acostumbrado a recibir el semen en la boca, más bien a depositarla. En eso era generoso, pero él estaba limpio, ¡coño! – se dijo. Y el gilipollas aquel que se corrió en su boca al final le dijo “lo siento”. ¡Lo siento, lo siento…! hay que ser mamón. Claro que un tío tan educado, un tío que te dice lo siento, no te va a pegar nada ¿no?

Vale, también estaba aquel al que le dejó que se meara en su cara y, lo que es peor, en su boca. Tenía ganas de probar - se rió otra vez-. Bueno, es una práctica muy especial, y con aquella vez ya había matado el capricho. Aquel tío, empezó dándole unos cachetes en la cara mientras se la comía; luego empezó a pegarle en las cachas y eso ya le puso a mil. Jamás pensó que le gustaría que le pegaran mientras el se hacía cargo de aquel enorme rabo. Por eso cuando su pareja le dijo si quería ser su esclavo y si estaba dispuesto a hacer todo lo que quisiera, Alberto decidió seguirle el juego. Total ¿qué podía pasar? Bueno, no recordaba todo lo que había hecho, pero si que, finalmente, el tío le había meado en la cara, obligándole a abrir la boca. Pero vamos, aunque el tío también se corrió casi simultáneamente, no pensaba él que con la lefa tan disuelta en la meada se fuera a colar algún virus. ¡No sabrán nadar!, pensó, y ese pensamiento le divirtió.

Así que cuando llegó a la clínica y se presentó en el mostrador, donde una guapa y sonriente enfermera, le preguntó el nombre para entregarle el sobre con los resultados de su análisis, Alberto aún se sentía tranquilo y seguro. Pero cuando la enfermera encontró el sobre, y miró el ordenador, apenas un gesto casi imperceptible, una simple mirada entre asustada y compasiva, bastó para hacerle comprender el resultado. Temblando, recogió aquel sobre que ahora le quemaba, y salió a la calle.

Sin abrir el sobre, se sentó en el primer banco que encontró, y se puso a llorar.

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