jueves, 25 de junio de 2009

HISTORIA CÁLIDA (A la manera de Stanley Kowalski)

Amanda Elisabeth se dirigía a la mansión familiar en uno de los Rolls del Trust que su marido dirigía. Formaba parte de la estirpe de más abolengo y dinero –y la más inmoral, pensó ella-, de la nación, aunque su marido actualmente estaba impotente. Le había arrancado el pene un cerdo mientras hacía guarrerías con él. Era zoofílico. Pero ella se conformaba con Charles, el chofer de color, aquel masai alto y esbelto, cimbreante como un junco que, no obstante, tenía ocho esposas legales, pues era mahometano. Bueno, eso no era importante, ella incluso, había participado en alguna orgía con su chófer y sus mujeres, y tenía que reconocer que pocas veces había disfrutado tanto como en aquellas fiestas polígamas en las que el clítoris y el punto g eran las zonas más trabajadas.

Hoy se dirigía hacía aquel sombrío palacio para asistir a una comida con toda la familia. Tenían un asunto prioritario y muy grave que tratar. Y recelaba sobre las triquiñuelas que tendría preparado su esposo, para salirse con la suya. Alejandro Alberto, aunque capado seguía llevando con mano de hierro los asuntos del emporio familiar, mientras ella se había hecho cargo de la fundación. La fundación Téllez-Alvarado contaba con un museo de arte moderno que era la envidia de los mismos Guggenheim, y ya no digamos de aquella hortera española coleccionista de cromos de colores, su amiga Tita Cervera.

Su marido vivía en aquel palacio de origen y construcción española con su guarda de corps. Doce gays que permanecían desnudos todo el tiempo alrededor de su marido, llevando apenas en su mano una lanza y unas sandalias romanas en los pies. Se bañaban igualmente desnudos con él en la piscina cuando su esposo lo hacía, mientras los llamaba “mis bellos tiburones”. Una versión más madura de los pececitos del emperador Trajano. Y solo tenía por obligación montar a su señor cuando este lo demandara. Y lo hacía a menudo, el muy guarro.

Estarían sus hijas: Luciana Melania, Hildebranda Rosa y Carmela del Rosario. Tres descerebradas que se habían casado con unos cazafortunas, igual de impresentables que ellas. Luciana la mayor, una imbécil integral, solo se preocupaba de gastar el dinero heredado del patriarca – su propio abuelo- habiéndose acostándo con él y haciéndole firmar ante notario un fideicomiso en el mismo lecho de muerte. ¡Un abuelo y su nieta!, con razón decían que su hijo Yosvany, idiotizado desde nacimiento, era su propio tío, como engendrado por el semen de su abuelo que era, en realidad, su padre. Hildebranda, la segunda, era lesbiana, lo que no es tan raro, puesto que ella mismo la había iniciado en los placeres sáficos desde bien pequeña. Pero había aprendido bien, la muy degenerada. Y Carmela, la menor, había heredado la zoofilia de su padre, y vivía –y se acostaba- con una manada de perros salvajes, entrenados para hacerla gozar y que la protegían como lobos esteparios. Sus maridos no eran mejores que ellas: dos gays y un masoquista que vivía con un collar de perro al cuello atado a una cruz, en la que todo el que llegaba podía –si así era su gusto- azotarle hasta hacerle sangrar.

En fin, todos vivían en un estado cercano a la estabilidad de acuerdo con sus inclinaciones. Vicios privados y dinero público, iba pensando mientras iba succionando el rojo capullo del pene del chofer negro. Ella sabía como hacerlo. No en balde había medrado –desde su primer empleo de chica de alterne- chupando las pollas de todos los niños bien de la zona alta de la ciudad. Era la mejor come pollas del cine “Fantasías” de la calle Corrientes. Se relamió cuando el conductor se corrió en su boca, y se subió las medias de Christian Dior de topitos que llevaba. Mientras se pintaba los labios con su lipstick, pensó que fuera lo que fuera lo que sucedería hoy en aquella mansión tenía que ser muy importante para reunirlos a todos. Se temía lo peor.

Finalmente, la reunión terminó temprano y la velada había sido hasta agradable: Alejandro Alberto había hecho una barbacoa deliciosa, y se quedó de acuerdo en que Yosvany haría la primera comunión vestido de almirante.




NOTA: Bueno, como Stanley Kowalski nos dejó está semana sin Historia Cálida, me he tomado la libertad de hacer este post a su imitación (mala, claro). Es una tradición en mi blog hacer algún post con el característico estilo de algunos señalados blogueros: Las ruvis, Toni Hilton, Gazpatxito, Mario el agente de viajes, Stultifer, han sufrido mis imitaciones. Y aunque sé que nadie va a ir a leerlos, imité también nada menos que a Miguel Delibes y a Roberto Bolaño. Y no recuerdo a quién más. A mi me resulta muy divertido, pero igual no a todo el mundo, aunque hasta ahora nadie me ha demandado por plagio, jajaja. Supongo que Stanley - que además acaba de publicar su post nº 100,- sabrá apreciar el humor de este post, también. No le falta de nada, hasta tiene el giro final "sorpresivo". En fin, ya sabéis, se imitan post a domicilio, jajaja. Bezos.

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