Estuve todo el finde llorando. Yo soy bastante llorón, ya lo aviso, así que no esperéis leer un gran dramón; a mi me saltan las lágrimas con facilidad, no me digáis por qué. Por eso ya aviso, no ha sido por nada personal así de desamor y todos esos temas que gustan tanto por aquí; en realidad por eso lloro todos los días, por mi amor perdido, pero ya aburro, jajaja.
Tampoco lloré por que España ganara Eurovisión con el grupo D’Nash (como por otro lado ganamos todos los años, jajaja) y ni siquiera lloré por Fernando Alonso y su pifiada en la primera vuelta del Gran Premio de Fórmula 1. Que el Real Madrid remontara un 1-3, acabara ganando 4-3 y ahora sea el nuevo líder de la Liga, con ser muy emocionante, no me arrancó una lágrima. Soy frívolo pero no tanto.
Lo que me tuvo todo el día de ayer es la historia de Oscar Pistorius, el joven sudafricano de 20 años y sin piernas que corre como una bala, que leí ayer en “El País”. Como deportista que intento ser, aunque bastante malo, soy capaz de entender el afán de superación de este pobre chico que vive sin las dos piernas y quiere participar en las Olimpiadas. Pero no en la Paraolímpicas, no (yo también quiero participar en las Olimpiadas gays pero no me atrevo). Él, mucho menos frívolo que yo, quiere participar en las olimpiadas corrientes, con el resto de participantes con sus dos piernas y además tiene buenos registros. Y parece que es un buen chico, claro que esto puede ser para vender la historia, seguro que también tiene sus momentos malos y sus salidas de tono, como tenemos todos. Pero no me digáis que no es de esas historias que te emocionan hasta la lágrima. Es en estos momentos cuando siento la grandeza del deporte, y entonces vuelvo a llorar.
Tampoco lloré por que España ganara Eurovisión con el grupo D’Nash (como por otro lado ganamos todos los años, jajaja) y ni siquiera lloré por Fernando Alonso y su pifiada en la primera vuelta del Gran Premio de Fórmula 1. Que el Real Madrid remontara un 1-3, acabara ganando 4-3 y ahora sea el nuevo líder de la Liga, con ser muy emocionante, no me arrancó una lágrima. Soy frívolo pero no tanto.
Lo que me tuvo todo el día de ayer es la historia de Oscar Pistorius, el joven sudafricano de 20 años y sin piernas que corre como una bala, que leí ayer en “El País”. Como deportista que intento ser, aunque bastante malo, soy capaz de entender el afán de superación de este pobre chico que vive sin las dos piernas y quiere participar en las Olimpiadas. Pero no en la Paraolímpicas, no (yo también quiero participar en las Olimpiadas gays pero no me atrevo). Él, mucho menos frívolo que yo, quiere participar en las olimpiadas corrientes, con el resto de participantes con sus dos piernas y además tiene buenos registros. Y parece que es un buen chico, claro que esto puede ser para vender la historia, seguro que también tiene sus momentos malos y sus salidas de tono, como tenemos todos. Pero no me digáis que no es de esas historias que te emocionan hasta la lágrima. Es en estos momentos cuando siento la grandeza del deporte, y entonces vuelvo a llorar.
En fin lo dicho, climatológicamente hablando, un finde pasado por agua.
A C T U A L I A C I Ó N (15 de enero de 2008)
El Comite Olímpico ha decidido estos días que Oscar no puede correr en las Olimpiadas porque, alegan, correría con ventaja... ¡puf!
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