jueves, 10 de mayo de 2007

BODA

El sábado pasado fui a una boda. Se casó la hija de Feliciano Teixeiro.

Feliciano Teixeiro es un gallego rico, muy rico, riquísimo. Tiene mucho dinero, casi tanto como Amancio Ortega, el dueño de Zara, y por eso quería hacer una boda por todo lo alto. Quería una boda que no se olvidara, decía.

Estuvo pendiente de todos los detalles: el más caro traje para su hija, las flores más exóticas, el coro más numeroso en la iglesia, el más lujoso pazo para celebrarlo, las mejores alfombras. Y un menú no muy fino pero carísimo; nada de mariconadas de nueva cocina, no; mariscos de todo tipo, pescados del pincho, carnes trufadas; los mejores vinos, los postres más increíbles, la mejor orquesta. Vamos de todo, tiró la casa por la ventana como se suele decir, las bodas de Camacho.

Hasta, para estar seguro de que todo saldría bien, encargó a su amigo Laureano la harina para cocer el pan. No quería dejar nada al azar. Y la verdad es que la boda resultó impresionante.

Pero sus amigos, sabedores de la preocupación de Feliciano por que todo fuera perfecto, y para fastidiarle un poco tanto despliegue de nuevo rico, decidieron que todos ellos cuando le comentaran la boda, dirían como un solo hombre: “Todo estaba muy bien, amigo Feliciano, menos el pan, ¡qué malo era el pan!; no había quien lo tragara”.

Cuando terminó la boda Feliciano, con un cabreo de siete suelas, y desencajado por lo que él creía que había sido un fracaso, le escribió a su amigo:

"Estimado Loreano, a fariña que me mandaches non é fariña nin e carallo, é merda, morralla. ¡Cajo en dios!” (1).
Ni que decir tiene que sus amigos aún se están descojonando de risa. Desde luego tenía razón. Feliciano no olvidará esta boda.


(1) Tr. “La harina que me mandaste no es harina ni es un carajo, es mierda, morralla. ¡Me cago en dios!"

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