viernes, 4 de mayo de 2007

ECOLOGIA

Como dije el otro día en un comentario yo soy un auténtico ecologista, el más. Pero uno auténtico de verdad, ¡eh! no de boquilla. Yo el campo lo respeto mucho, por eso ni lo piso.

No voy al campo y así el campito puede permanecer virgen y todos aquellos animalitos que lo pueblan siguen viviendo libres dando saltitos en su hábitat natural como yo hago la cabra loca en el mío, la ciudad. Cada uno lo suyo. Yo no voy al campo, pero que los animales se queden allí. Yo creo que el hombre es de ciudad y nació en la ciudad; si Dios o Darwin quisieran que el hombre naciera en el campo, tendríamos cuatro patas y comeríamos hierba y cagaríamos bolitas, francamente.

Yo no distingo un peral de un ciruelo, ni el trigo de las amapolas; distingo sus frutos cuando los veo perfectamente alineados en el mercado que es donde deben estar, que cogerlos del árbol cuesta un huevo y la yema del otro y te quedas así como “deslomao”. Y al campo no le gustan los blogeros, porqué ¿Crecen los bolis en los árboles? ¿Hay wifi por los pinares? ¿A qué no? pues entonces.

El campo esta sobrevalorado, porque para mi todo es igual, la verdad; así todo verdecito y con aire tan puro que te intoxica, ¡ca! quita, quita. A mí si me quieres conquistar regálame un ático en Manhattan y déjate de tonterías de casitas rurales. El campo más grande que yo veo es el campo de fútbol. A mi no me lleves al campito a jugar al parchís, llévame a Studio54, yo soy un animal de ciudad, un bailón de discoteca.

¡El campo para el que lo trabaja!

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