jueves, 24 de mayo de 2007

EL PECADO DE DOÑA CLARA

(De Enrique Jardiel Poncela)

La manera de hacer un drama
en el que muere la dama

Hacer un drama es sencillo.
Estén un segundo atentos.
La acción es un castillo
y hacia el año mil doscientos.

Los protagonistas son
Don Iñigo de Antequera
y su esposa, la hechicera
Doña Clara del Rincón.

Se alza el telón
y al instante penetran Iñigo y Clara
Iñigo viene delante,
y el que lo mira repara
que el pobre trae una cara
de lo más despachurrante.

Hay una pausa profunda,
muy propia de la Edad Media.
Grazna una conrneja inmunda.
Se mastica la tragedia.

(el autor que sea ducho
usará las pausas mucho).

Iñigo.- ¡A comenzar voy…!
Doña Clara.- Me asustáis…
Iñigo.- ¿Tan feo soy?
Doña Clara.- Ya tomáis lo dicho en otro sentido…
¡Sabéis cuánto os he querido,
a pesar de vuestra faz,
que asusta al más atrevido!
Iñigo.- ¡Sois tan falaz como siempre he suponido!

(Comprenderá el lector al leer esto
Que ello es una licencia en poesía,
Porque poniendo “supuesto”
La palabra en cuestión no rimaría).

Doña Clara.- Y bien, señor,
¿para qué en vuestros coloquios
usáis esos circunloquios
que me llenan de temor?

Iñigo.- ¡Pues, voto al cielo
que desde lo alto nos mira!
Para contener la ira,
que en esto nací a mi abuelo
y cuando me suelto el pelo,
hasta el más bruto me admira…

Doña Clara.- Por favor…
Iñigo.- Mas, desde ahora,
haré espina de la flor, dejaré escapar la ira…
Porque he sabido, señora
que me habéis sido traidora…

Doña Clara.- ¡Eso es mentira!
¡Una infamia! ¡Una impostura!
Iñigo: ¡Cómo me admira tan insólita frescura!

(Iñigo se muestra altivo
Y el diálogo ha de ser vivo)

Doña Clara.- ¿Qué decís?
Iñigo.- Ya supondréis.
Doña Clara.- ¡Es que mentís
en eso que sostenéis!
Iñigo.- ¡No lo neguéis,
porque ya estoy en un tris
de daros las ventiséis
bofetadas que sabéis que os di,
hace un año, en Asís!

(Cuando acaba el de expresarse,
debe la dama extrañarse;
lo que hará que su marido
se muestre aún más ofendido).

Iñigo.- ¡Sois una dama
y no habrá quién me convenza,
que ignora lo que es vergüenza!
Doña Clara.- ¡Esto me escama…!

(Esta frase es un aparte.
Hay que decirla con arte
y así el público repara
que es culpable Doña Clara.
Iñigo se pondrá serio
para decir a su esposa
cómo averiguó la cosa
concerniente al adulterio.)

(y aquí viene un truco mágico;
lanzar una parrafada
que debe ser declamada
en un diapasón muy trágico,
y en la cual, a ser posible,
se debe hablar del destino,
del mundo suprasensible,
de lo Fatal y del Sino,
porque el público es terrible
y le gusta lo indecible
oír quejarse al vecino.)

¡Ay mi destino desdichado!
¡Ay un destino implacable!!
Desde que nací he rodado,
miles de tumbos he dado
y al puesto más miserable
por mis puños he llegado.
En edad temprana y moza
me casé con Clara Orduña
y con Clara de Mendoza
y, después en Zaragoza,
me casé con Clara Luna.
¡Pero jamás la fortuna
me acompañó con ninguna
y esto mi pecho destroza!
aun, al pensarlo, me irrito
de un modo fenomenal:
las tres jugaron a chito
con mi fe matrimonial.
Mas de ningún acto suyo
se afanaron las cuitadas,
porque yo abatí su orgullo
de otras tantas cuchilladas.
Y el que a tres damas preclaras
abatió, no queda atrás…
¡Quien ha abatido a tres Claras,
podrá abatir una más!

(Ahora conviene una réplica
entrecortada y colérica.)

Doña Clara.- Pero si.. ¡Oh, qué odioso proceder!
Iñigo.- Vais a saber lo que guarda mi tahalí..

(Iñigo saca un mandoble
y ha llegado la ocasión
de que lance hacia la innoble
una franca acusación.)


¡Ayer noche alguien me dijo
dándome las señas fijas,
que vuestro novio es el hijo
de Fernández de Clavijo,
ese que vende torrijas..!
Doña Clara.- ¡Recinema!
Iñigo.- En vuestra cara acabo de advertir, Clara,
que he dado en la misma yema.
¡Y en prueba de mi razón,
os pincho en el corazón!

(Iñigo, brutal, la hiere
y doña Clara se muere.
Pero no baja el telón,
porque en la literatura
esto es siempre coyuntura
de una larga relación.
Y ante un bello cuerpo inerte,
todo autor que sea pillo
escribe un canto a la muerte,
a modo de latiquillo.)

¡Muerte, terrible misión
que hay que cumplir con tesón
como toda obligación,
sin que importe situación
ni clima ni población
ni buena alimentación!
¡Ya rompiste el eslabón
que enlazaba un corazón
con el otro corazón
de la misma dimensión!
¡Ven a mí sin dilación
y cumple tu obligación!

(Le da una atroz convulsión
y muere de inflamación súbita del epiplón.
Así desciende el

T E L Ó N.

La fórmula acaba aquí, con el último plumazo.
Escriban el drama así,
y a ver si gracias a mí
consigues un exitazo..)

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