domingo, 24 de enero de 2010

EL REALQUILADO (Cuento con interactivez)

A Tato, a quien le gusta continuar mis post…



Yo no podía pagar aquel alquiler. Se lo repetí una vez más, suave pero enérgicamente, apesadumbrado por no poder quedarme con aquel cuarto que él me estaba ofreciendo. Seiscientos euros era demasiado para un estudiante de conservatorio que se pagaba su estudios de composición trabajando en una tienda de instrumentos musicales. -Ya me gustaría, -le repetí otra vez, -tiene usted una casa preciosa y me queda muy cerca del trabajo, pero es demasiado dinero para mí.

No debía haber ido a verla, porque sabía lo que me podía encontrar por la dirección y la descripción que figuraba en Internet. Pero Ramón, así se llamaba mi posible casero, insistió tanto en que fuera, que no pude resistirme. -Acércate, está muy céntrica, -me convenció, -no te cuesta nada y nada tienes que perder. Era, sin duda, una magnífica y reformada casa en el centro de la ciudad con unos altísimos techos rematados con bellas escayolas, cuartos enormes con hermosas puertas de madera, arañas en el techo, balcones que abrían sus dos hojas a una no muy ancha pero vitalista calle y que permitían la entrada de una maravillosa luz, que inundaba toda la casa, dándole un aspecto señorial y moderno al mismo tiempo. Y lo mejor era aquel enorme piano de cola blanco en medio del salón.

Sabía que no podría pagarla pues mi presupuesto estaba ajustado a la cantidad de trescientos cincuenta euros como ya le había dicho en nuestro pequeño intercambio de correspondencia, pues yo tenía además que comer, vestirme, comprar materiales y dejar algún dinero para alguna escapada. -El dinero no es lo importante, -me dijo sonriente. -Quería conocerte para saber cómo era alguien que me ha mandado dos correos electrónicos tan correctamente escritos, sin una falta de ortografía. Y no me arrepiento de haberte hecho venir, -remató, mirándome de arriba a abajo.

Mientras hablaba, yo pasaba mi mano por aquellas estanterías de la biblioteca, repletas hasta el techo de libros escritos en todos los idiomas imaginables, que yo no sabría reconocer y que jamás hubiera supuesto que pudieran existir. Lo que me decía parecía alentador y una oleada de emoción recorrió todo mi cuerpo. Pero no quería hacerme ilusiones. Borja, -me dijo llamándome por mi nombre por primera vez-, no es el dinero lo que me interesa de ti. Esa frase me hizo volverme inmediatamente, dejando mi asombrada inspección de sus libros, para enfrentarme directamente con su cara.

Era un hombre sin duda atractivo, aunque ya empezaban a asomarle algunas canas por las sienes y en su agradable cara hacía ya unos años que aparecieran las primeras arrugas. Pero su sonrisa resultaba franca y tranquilizadora. -¿Entonces? – acerté a decir. - No entiendo nada… ¿Qué es lo que quiere de mí?


¿Qué puede querer Ramón de Borja?

a) Suavizar su soledad.
b) Que le escriba su biografía.
c) Que le afine el piano.
d) Comerle el rabo.
e) .....

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