domingo, 18 de octubre de 2009

VACÍO

Algunas veces cuando me duermo, mi cuerpo físico permanece tirado en mi cama, mientras mis emociones se largan de escapada. El otro día sin ir más lejos me dejó mi conciencia. Bueno, pensó mi hígado, cuánto menos bulto más claridad. Y no deja de tener razón, se puede vivir sin conciencia pero no sin hígado. Así que yo empecé a hacer negocios sin mayores preocupaciones por explotar a mis empleados. Pero la conciencia se aburría sola, y un día se llevó con ella de farra a mi moral. Sin conciencia y sin moral se puede vivir igualmente; no así sin hígado y páncreas. Yo ese día me levanté como tal cosa, más ligero, podíamos decir. Y si antes tenía pocos escrúpulos para los negocios, ahora directamente me dediqué a la estafa y la prostitución. Otro día me abandonó la memoria selectiva. Y eso fue genial, mi trigémino no paraba de reírse. Tenía recuerdos si, pero todos eran buenos.

Poco a poco mi cuerpo se fue vaciando de esas virtudes. Un día me faltó la sensibilidad y otro la solidaridad. Sin embargo físicamente me encontraba en mi plenitud. Soltar todo aquel lastre, que no hacía más que ocupar sitio en mi cuerpo, consiguió producir en mí una euforia que antes no tenía. Me sentía, curiosamente, más etéreo; y mi actividad física era sobrehumana. Todos mis órganos interiores se encontraban ahora más cómodos, con más espacio entre ellos, como si se hubieran mudado a un cuerpo más grande. Y yo estaba forrado y sin escrúpulos, pero conservaba los riñones y el hipotálamo, incluso la próstata.

Lo malo es que mis virtudes y sentimientos seguían fluyendo en mis sueños. Ahora ya no se iban de uno en uno. Aprovechando mis descansos nocturnos se marchaban en pandilla. Un día me desperté sin compañerismo, sin esperanza, sin sentido del ridículo, y, lo que ya me jodió más, sin autoestima. Pero conservaba el cerebelo, las tres meninges y el oído medio, lo que no me pareció moco de pavo. Era un cuerpo medio inerte a nivel espiritual, pero iba tan cómodo por la vida en mi Mercedes. Para qué iba a preocuparme. Y como decía mi cerebro, déjalos ir, para lo que nos sirven…

Pero un día me desperté sobresaltado sin comprender nada. Entonces intuí que esa noche también me había abandonado mi inteligencia. Y no sabía cómo. Había estado tan ciego a esa desbandada general de mis sensaciones que no supe, - ni quise, la verdad- ponerle coto; y ahora me encontraba allí tirado, solo, insensible, sin capacidad de reacción y sin comprender muy bien lo que me pasaba. Perdí todo, mi negocio, mis amigos, mi fortuna. Hoy soy un cuerpo vacío. O no, soy un cuerpo lleno de órganos insensibles y un poco alocados que no paran de moverse incómodos en su sobredimensionada morada. Muy sanos, sí; pero que se pasean a su voluntad por un espacio sin sentimientos que regulen su loco vagar. En mi cuerpo ahora cabe todo, menos el sentido de la culpa, la comprensión y la vergüenza. Soy como un globo vacío, todo lo que me queda en los espacios libres entre mis órganos ahora felizmente instalados es aire… soy aire. Aire y vísceras. Ya casi parezco un hombre.

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