sábado, 2 de mayo de 2009

METRO

Estación de metro Sol, línea 3 dirección Moncloa. Entro en el tercer vagón. Hay un tipo gordo y colorado de cabeza grande, calvo por detrás, tiene una de esas calvas frailunas, y va leyendo un periódico gratuito. Una sudamericana bajita de pelo negro recogido en cola de caballo con unas all star rojas, que va leyendo otro periódico gratuito, también. Un adolescente con el pelo peinado en forma de cresta imposible, pues tiene el pelo rizado, lleva cascos y va oyendo su música; es guapo pero tiene la nariz demasíado grande. Hay un culturista que masca chicle y se estira, tiene unos bonitos ojos y bajo una camiseta verde ajustada se le notan unos abultados bíceps, unos bíceps increíbles que me hace fijar allí la vista bastante descaradamente aunque no quiera. Él de vez en cuando me mira y se alisa el pelo. Pienso en chorizos y morcillas y me entra hambre, también me entran ganas de follar con el culturista. Una señora con silicona en los labios y gafas oscuras con una bolsa del corte inglés. Un ejecutivo con traje pero, curiosamente, lleva encima del traje una trenka que le da un aire bastante informal, su pelo cortado a la taza está lleno de gomina. Un chino de chaqueta gris, bajito y feo. Una chica mona que carga con los libros de la facu y lleva un jersey-bufanda en tonos marrones, no se sienta a pesar de que hay asientos vacíos. Hay también una mujer de pelo caoba que parece dolerle algo. Se queja a su vecino de asiento, un español de cara grasienta y colorada. Ambos llevan mochilas rojas. Me fijo en las mochilas rojas. No tengo ni idea que me sugieren aquellas dos mochilas rojas en el suelo, pero de repente empiezo a pensar en flores, flores rojas en jardineras de barro en un pueblo blanco. Próxima estación, Callao. Correspondencia con línea 5. La línea cinco es la que lleva a Chueca, el barrio gay. Pienso en las terrazas de la plaza e imagino a un montón de gays que seguramente estarán ahora mismo allí tomando una cerveza, pues hoy es el primer día que ha hecho bueno. Un día de esos de Madrid de temperatura suave y cielo inmensamente azul. Como solo es azul el cielo de Madrid, después de varios días de lluvia. Es el azul más intenso que he visto en mi vida. Finalmente, resisto la tentación de hacer transbordo y sigo mi camino. Se baja la sudamericana de melena negra que resulta tener un enorme culo. Deja allí, sobre el asiento, el periódico gratuito, lo que me produce una enorme tristeza, ver aquel periódico allí, abandonado, con noticias preocupantes sobre el aumento del paro y una reunión sobre el racismo de los líderes mundiales. Sube un gay. Se le nota que es gay, siempre ha sido gay, se le ve a las leguas en la mirada, en su pelo planchado, su bolso y su camiseta escotada en pico, además lleva los ojos pintados, seguramente trabaja en un peluquería, una peluquería en la que le pagan poco. Y sobre todo se nota que es gay en su pantalón pitillo morado. El gay mira a todos los viajeros, se sienta enfrente del culturista y se pone a mirarle, con bastante más descaro del que lo miro yo aún. Dos descarados mirando a un culturista que masca chicle. La señora de pelo rojo sigue quejándose, parece que le duele algo, tuerce el cuello, es fácil que venga de alguna revisión o se dirija al médico. Su acompañante no parece hacerle caso, la mira como si no la estuviera viendo, como si estuviera viendo a su mujer tendiendo la ropa o ni siquiera eso, igual no la ve. Tal vez no la vea. Van al médico y el marido no ve a su mujer. No la ha visto nunca. El ejecutivo de traje ahora abre un libro, es un libro muy gordo de Álvaro Pombo, un escritor gay. Un escritor gay que no parece gay. Él mira mi libro, yo miro su libro. El mío es más gordo. Del vagón anterior viene caminando una mujer bajita, de edad indefinida, con pelo muy corto, podría ser lesbiana si no llevara unas gafas de D&G. Las lesbianas no usan gafas de D&G, son muy gays. Próxima estación, Plaza de España. Correspondencia con línea 1 y 2. Me acuerdo ahora que la correspondencia con la línea 2 es un decir. Tienes que subir y bajar varias escaleras mecánicas o no y atravesar un largo y sucio túnel o dos. Tal vez sólo uno, no me acuerdo. Me río yo de la correspondencia. El gordo y cabezón se levanta y se larga. También deja allí abandonado el periódico gratuito. Ya son dos periódicos gratuitos abandonados. Pienso que es un triste destino el de los periódicos gratuitos, todo el mundo los abandona antes o después. Se va el gay no sin antes echar una última mirada al culturista que sigue mascando chicle. Esa mirada resulta ansiosa aunque falta de convencimiento, como conformándose con aquella indiferencia que muestra el culturista por todo el pasaje en general. También se baja la mujer doliente y su pareja. El parece querer ayudarle pero, curiosamente, ahora es ella la que rechaza su ayuda. Suben dos jóvenes vestidos de uniforme colegial. Uniforme de colegio pijo de pago, jersey azul sobre camisa blanca y pantalón gris. Ambos llevan zapatos castellanos pero uno tiene un pircin en una ceja y el otro una bolita cerca de la boca. Igual se aman, me producen una enorme ternura, pensar que se aman aunque tal vez ellos todavía no se han dado cuenta. Se quedan de pie agarrados a una de las barras amarillas y se ríen sonoramente mientras hablan de las últimas bromas de clase. Próxima estación, Ventura Rodríguez. No se baja nadie en Ventura Rodríguez. Y no hay correspondencia. Nunca se baja nadie en Ventura Rodríguez. Parece que Ventura Rodríguez fue un importante arquitecto, tal vez fuera el arquitecto del palacio de Liria cercano, y de ahí el nombre de la estación. Pero los descendientes de los duques de Alba no viajan en metro, por eso nunca sube – ni baja- nadie en Ventura Rodríguez, lo que parece extraño, ¿no?. Si al menos alguien subiera alguna vez en Ventura Rodríguez. Sería una noticia. Aunque tal vez no fuera tanto, yo no diría una noticia. Casi una noticia, como mucho, o ni siquiera eso. Pero sería curioso, ver subir a alguien allí. O bajar. Y siempre lo recordaría. Me dan ganas de bajarme para verme a mi mismo bajarme allí. Próxima estación Arguelles, Correspondencia con línea 4 y (una pausa...) circular. La línea 4 es marrón y la línea 2 es gris. Estoy seguro de eso. Pienso en ese momento, sin saber el por qué, en el plano de todo el metro, y estoy seguro que la línea 4 es la marrón, no sé por qué dices que no es la marrón. Y la circular es gris. Siempre fue gris. Bueno, vale, la cuatro es la marrón. Me digo a mi mismo. No estoy seguro de que sea a mi mismo, tal vez se lo diga a mi otro yo, pero durante un buen rato vamos los dos – yo y mi otro yo- hablando de los colores de las líneas del metro. Se ha bajado el culturista y parece que el vagón se queda vació de repente. Un enorme vacío se apodera del vagón al bajarse el culturista. Se bajan también los estudiantes pijos, pero su ausencia, no pesa tanto en el ambiente como la bajada del culturista. Sube un señor mayor de sombrero verde y bigote fino. Seguro que viene de estar sentado en alguna terraza de la calle princesa. Hay mucho militar retirado que se sienta en las terrazas de la calle princesa, cerca de El corte Inglés y de Zara. Próxima estación, Moncloa. Fin de trayecto. Este tren no admite viajeros. Salimos todos. Nos precipitamos a los tornos y a las escaleras mecánicas. Coincido con el gay de pantalones pitillo en las escaleras, pero no lo miro, a ver qué se va a creer. Cada uno se dirige a su dársena. Se dispersa toda la manada.

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