lunes, 18 de mayo de 2009

¡MÉTETE EN INTERNET!

Era la frase que le decía todo el mundo. Cuándo le preguntó a su profesor de filosofía de dónde podía sacar información para hacer aquel trabajo de Kant, fue lo que él le contestó: “¡Métete en internet!”. Lo mismo que cuando le explicó su padre que había existido una doctrina política, que predicaba que todos los hombres nacían iguales y que tenían el dominio de los medios de producción, y cuándo él, incrédulo, le contestó que no se lo creía, su progenitor le soltó la frasecita de marras: “¡Métete en internet!”. Se la dijo también su amigo cuando discutieron sobre cuál equipo de fútbol había ganado más copas de Europa: “¡Métete en internet! allí está todo". Y su madre también se lo dijo cuando, hablando de la música actual, le explicó que todo esto venía de unos años que se llamaban los setenta y los ochenta, y que toda la música moderna había nacido con un extraño y peludo cuarteto de Liverpool al que llamaban algo así como escarabajos. Con un: “¡Métete en internet! y lo verás”, terminó su madre su disertación musical.

Así que un día se metió. Tecleó internet en su ordenador y aparecieron más de dos mil cuatrocientos millones de resultados. Se quedó asustado. Tenían razón –se dijo- todo el mundo está aquí dentro. Entró en la web, tímidamente al principio, con el miedo y la vergüenza que da entrar en un sitio nuevo donde no conoces a nadie y nadie te conoce a ti. Se atrevió primero a meterse en cosas sencillas. Puso juegos y le aparecieron miles de aplicaciones para jugar con otros contrincantes virtuales que ya estaban allí dentro. Luego puso, las palabras que tanto le habían intrigado y que sus mayores le habían animado a encontrar una vez: puso comunismo, puso Real Madrid y puso Beatles, y en todas esas entradas encontró un montón de opiniones y una gran cantidad de gente disertando sobre ellas. Se pudo dar cuenta que la verdad, toda la verdad, estaba ahí dentro, casi más cercana que en el mundo real. Ya un poco más confiado, puso libertad, puso futuro, luego puso amor y, por fin, puso sexo. Aquí se abrumó un poco. Vio que es sexo era lo que más buscaban los que se metían en Internet. El sexo era vida.

Pero ya estaba lanzado y se atrevió a meterse en aquello que tanto le consumía. Puso homosexualidad y le dio al “Enter”. Entonces comprendió enseguida que ya no estaba solo. Que ya no lo estaría nunca más. Que había millones de personas dentro de internet como él. Y que, eso fue lo más asombroso, unos lo vivían mas tristemente pero otros lo asumían y lo hablaban allí con libertad y alegría. Que había quién lo veía como una enfermedad – algunos sectores reaccionarios mayoritariamente- pero otros lo encontraban algo normal, y así lo reflejaban y escribían. Sin problemas, con felicidad y sobre todo, con naturalidad. Disfrutaban su sexualidad real y cibernética dentro de internet como personas humanas libres y conscientes de su diferencia. Fue todo un descubrimiento. Lo pasó bien.

Bueno, estaba asombrado y agotado. Entonces buscó la salida. Internet le devolvió la siguiente definición: “la utilidad de una herramienta de seguridad está limitada por la salida que genera...“. Pero eso no le era de mucha utilidad. El quería dejar ahora Internet. Ya había entrado y ahora quería salir. Puso escapar. E internet le devolvió una frase más extraña aún: “Escape es un juego de aventuras donde debes salir de la cárcel recogiendo objetos y usándolos correctamente…” Pero él ya no quería jugar más, estaba cansado de jugar y cansado de estar metido en Internet. Se empezó a desesperar. Escribió nervioso realidad. E Internet ahora le devolvió algo todavía más incomprensible: “Todo lo que está en el mundo percibido por una entidad capaz de definirse a si mismo frente a un medio sea o no perceptible,...” Pero este Internet está loco, -pensó-, para qué demonios me habré metido yo en él. Puso socorro, ya un poco angustiado. Entonces Internet le contestó: “Ayuda que se presta en caso de peligro o necesidad. Los países pobres necesitan nuestro socorro”... ¡Dios mío! -pensó - ¿dónde me he metido? Agobiado, sudando, a punto de la desesperación, solo se le ocurrió teclear locura. “Se designó como locura hasta final del siglo XIX a un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas”. Fue la absurda contestación de Internet. Enfermo, con fiebre, apenas ya sin fuerza, tecleó la palabra eternidad y lo que obtuvo acabó con la poca cordura que le quedaba. “El concepto de eternidad (del latín aeternitas), relacionado con el de inmortalidad, se refiere popularmente, unas veces a una duración infinita y sin límites, y otras designa una existencia sin tiempo o fuera del tiempo…” Comprendió, ya entre espasmos, que nunca debió haber hecho caso, que nunca debería haberse metido en Internet. Que sería eterno, sí, pero que su eternidad era apenas una secuencia de ceros y unos en un mundo tan real como imaginario, en el cual, ahora, no podía encontrar la salida. Agonizante, aun tuvo tiempo de teclear una última palabra...

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