sábado, 30 de mayo de 2009

EL ENFERMO IMAGINARIO

Ayer fui al tea-tro…, jajaja. De nuevo encabezó así uno de mis post, para que algún día los estudiosos de mi prolífica postís-tica - cuando mis crónicas sean famosas-, sepan distinguir en cuales narro mis asistencias a este tipo de espectáculos.

Fuimos a ver la conocida obra de Molière que responde a ese título “El enfermo imaginario”. Actualmente hay en Madrid hasta tres compañías que están representando dicha obra. He intentado averiguar el porqué de tanta coincidencia, pero no he conseguido ninguna relación. Eso si, cuando la profe que recolecta el dinero –vamos un grupo numeroso de ex alumnos de mi instituto- me dijo que esa era la obra elegida, yo pensé que sería la función en la que actúa el conocido actor Quique San Francisco, pero no.

Nosotros fuimos a verla a un pequeño teatro por la calle del Pez (realmente Pizarro, 19), conocido como Teatro de la Victoria, y la representación corrió a cargo de un grupo experimental “Teatro del número 10”, alumnos de una escuela de teatro que se llama "Bululú".

¿Qué contar? La obra es súper conocida. Un hipocondríaco y avariento padre desea que su hija contraiga matrimonio con un médico para ahorrarse sus tratamientos, en contra de los deseos de la pobre chica, enamorada de un profesor de música. Moliere fue un autor muy crítico con la sociedad de su tiempo, con todas las instituciones, principalmente la iglesia (lo que ya despierta mis simpatías inmediatamente). Hasta tal punto era odiado por los estamentos más clasistas, que algunos curas se negaron a darle cristiana sepultura cuando murió… ¡caridad cristiana! Es digno de recordar también que Molière murió mientras representaba él mismo esta obra vestido de amarillo. Y de ahí el mal fario que ese color representa para todos los actores. Anécdotas.

La cuestión es que este voluntarioso grupo experimental hacen una parodia de otra parodia. Con un escenario mínimo: un sillón y 3 taburetes, y un vestuario moderno, los jóvenes actores intentan darle un nuevo tono al conocido texto. La pequeñez del teatro y la disposición de las butacas entorno a los actores, ayuda a la complicidad y la carcajada. Evidentemente no añaden nada nuevo a la historia del teatro, pero sus buenas intenciones, su descaro y su frescor hace que la duración de cien minutos resulten cortos, si no fuera por el exagerado aire acondicionado que estropea la calidez de la función. Total 10 euros. ¡Dios estoy que lo tiro últimamente, parezco rico! Diez euros de la exposición de Sorolla y diez euros del teatro de Moliere… La intelectualidad se está poniendo por las nubes, jajaja.

Pero acabar de botellón por las tascas inmediatas a la plaza de España… ¡eso no tiene precio!

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