sábado, 17 de enero de 2009

LA TABERNA FANTÁSTICA

Ayer fui a teatro…, jajaja. (Esta breve frase será alguna vez famosa, y los estudiosos de mi obra dirán que así comenzaba yo todas mis crónicas teatrales. Todo eso está muy bien, pero yo la pongo, simplemente, porque es verdad: ayer fui al teatro, jajaja).

Fuimos toda la peña a ver “La Taberna fantástica” de Alfonso Sastre, un mítico autor que fue martillo del franquismo, o más bien al revés claro; pues su mujer llegó a estar acusada de colaborar con ETA. La obra se representa en el Teatro Vallé-Inclán en la castiza plaza de Lavapiés donde, por lo visto, se encontraba otro teatro igualmente mítico, la Sala Olimpia. La obra es una producción para el Centro Dramático Nacional de los “gerardos”: Gerardo Vera que es el director del CDN y Gerardo Malla como director de la obra. Y yo, que tampoco voy tanto al teatro, ya me voy dando cuenta que la escena española está dominada por tres o cuatro, los mismos de siempre.
La obra escrita en el año 1966 no pudo ser estrenada hasta el 1985 ya instalados en la democracia. Y en aquella época tenía más sentido y fue un bombazo entre la progresía. Es el drama de la España del boatiné y la pandereta, de quinquis y rateros, de chabolas y tabernas, de borrachos y trileros, de pobrezas y miserias. Y la escenografía lo deja bien claro. Mientras se desarrolla toda la acción en una taberna tan cutre que yo hoy en día ya no es posible encontrar otra igual, en el fondo del escenario se adivinan los nuevos edificios del desarrollismo y las inmensas grúas de las obras que en aquellos años ya comenzaban a dibujar la burbuja inmobiliaria que acaba de estallar.

La obra se desarrolla un poco cansinamente, aunque muy bien interpretada. Antonio de la Torre está inmenso como borracho y rojo peligroso que no llega al entierro de su señora madre, “La Cosmopólita”. Pero he de decir yo, desde mi atrevimiento e ignorancia, que personalmente la encuentro ya un poco pasada en su lenguaje. Oír “dabuti”, “achanta la nui”, “julai”, “quinqui”, etc. me deja frío. Y si pudo ser una explosión de realismo social en aquellos años, hoy queda folclórico. Tampoco la crítica política está muy presente, salvo en una breve aparición de una inevitable “pareja de guardias civiles”. Hoy me parece mucho más actual el lenguaje de los móviles, esas tabernas han desaparecido y los quinquilleros (como dicen constantemente en la obra) se han reconvertidos en narcotraficantes. Es decir, yo encuentro que la obra en vez de ser histórica es, simplemente, antigua.

Y si en el año de su estreno pudo haber sacudido alguna conciencia, hoy con la sala llena de damiselas envueltas en abrigos de pieles que aplaudieron a rabiar, te puedes dar cuenta de que esta crítica está perfectamente amortizada y asimilada por la burguesía bien pensante que, a pesar de todo, se divirtió mucho. A mí se me escapó algún bostezo. Gastar luego unas libras, tomando unas birras con patatas ali-oli por la plaza de Lavapiés con los coleguitas no fue, con mucho, el menor de los placeres. ¡Guay! jajaja.

Y como mañana terminan las representaciones e igual no te da tiempo a ir a verla, aquí te dejo un vídeo. ¡Qué lo disfrutes!.

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