viernes, 14 de septiembre de 2007

PLEGANDO VELAS

Estos días de finales de verano han sido especialmente tristes. He tenido la sensación de que la pandilla va a sufrir un cambio tan brutal como inapelable. La mayoría de mis amigos y amigas están a punto de cambiar de década, de pasar de teen a twentis; y yo mismo, que soy de los benjamines, voy a cumplir en noviembre diecinueve años. Ya este verano he notado que no somos los mismos; la mayoría se han echado un novio o una novia que unas veces se han integrado mejor y otras peor en el grupo. El caso es que han comenzado las despedidas.

Pero no solo es eso, cosas que nos divertían el año pasado, como ir a robar fruta en bicicleta a las fincas más fructíferas de Esmelle y Marmancón, ya nos parecían este año cosas de críos. Y donde antes había jugosas peras de agua y rojas cerezas recién cogidas del árbol, con el gusto tan especial que tiene además la fruta robada, hay ahora porros mal hechos y peligrosas rayas de coca.

Uno de los acontecimientos que mas me apenaron y que me ha tenido estos días tan emotivo y entristecido ocurrió el otro día en casa de A. Nos había invitado a una barbacoa de despedida, una barbacoa llena de nostalgia, pues unos se van a estudiar a Santiago, otros se van o nos vamos a Madrid o a sitios más lejanos todavía, otros han cogido el camino de Europa para empezar a estudiar, cada uno pensando en un futuro que se nos antoja mejor, con las ilusiones intactas pero sin pensar en la juventud que vamos dejando atrás. El caso es que en casa de A. empezó a circular la farlopa, las pastillas y, también la coca. A. tiene siempre mucho más dinero que nosotros y realmente siempre tiene coca en su poder.

El caso es que N., la novia acoplada de otro de la pandilla, que no cuenta con especiales simpatías por su manera de ser porque es la típica que todo lo soluciona con un “yo soy muy sincera y al que no le guste que se joda” y con eso justifica el soltar las mayores barbaridades, acusó a A. de que su novio se drogaba por su culpa.
Acusación a todas luces injusta pues nadie se debe drogar por incitación o invitación de otro, por no decir que nadie se debería drogar nunca; pero parece claro que si su novio se droga es porque quiere. Ante este argumento tan poco objetable, N. le estampó a A. una sonora bofetada que resonó en toda la casa; en su propia casa para más inri.

En ese segundo en que todos nos quedamos callados por efectos de la sonora bofetada fue cuando comprendí de repente que nada volverá ya a ser igual, que de golpe la maldad de los adultos ha entrado en nuestra vida, y que la violencia y las drogas marcaran tal vez un futuro que para muchos de nosotros será incierto. Comprendí que la juventud está quedando atrás, que ya no iremos nunca más de excursión en bici a robar fruta; ni al Coído a coger “minchas” (bígaros); ni de pesca a las barbadas, esos pequeños peces a los que hay que silbar para que piquen; que se acabaron las “queimadas” nocturnas en la playa; que se terminan las excursiones a otras playas más lejanas para buscar nuevas y más peligrosas olas.

Es la hora de plegar la velas, ir recogiendo los trajes de surf, encerando las tablas de body, guardar los arneses hasta el año que viene; pero sabiendo que otras serán nuestras diversiones, nuestros afanes, nuestras inquietudes, nuestros deseos, no necesariamente peores ni mejores, pero desde luego distintos. Y darme de bruces con este cambio tan brutal me ha dejado aplanado, para el arrastre, hipersensible, entristecido, llorón incluso. Lo siento, pido perdón; esto es un rollo patatero que han escrito mil veces otros antes y mejor que yo, pero uno no deja de robar fruta para madurar cada verano… Es triste comprender de repente que estos días que hoy vivimos no volverán.

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