miércoles, 3 de septiembre de 2008

TAPIZ I. (EL ANVERSO)

Alfredo se ha levantado a las siete de la mañana, como cada día; después de ducharse y desayunar se lanza a la calle. Alfredo es funcionario y hoy tiene que conocer a su nuevo jefe; espera que por fin le reconozcan su dedicación, aunque ya sabe que la fama de los funcionarios… En el ascensor saluda a Lucía; Lucía sale todas las mañanas temprano para comprar el periódico y el pan, le gusta leer el periódico en la cama con un chusco, antes de ponerse a trabajar en sus pulseras. Lucía hace pulseras que luego vende en los mercadillos. En el semáforo se encuentra a Carlos; Carlos reparte los churros y las porras que hacen en la panadería familiar. Los lleva tapados con un papel de estraza que siempre se vuela, quedando tirado por la calle con sus grasientos lamparones. A Carlos, igualmente, siempre le roba una porra Mohamed, pero no le importa. Piensa que es triste venir de tan lejos para tener que robar una porra, como hace Mohamed.

Mohamed saluda a Luis. Luis es guardia municipal, destinado en el centro. Es guapo y fuerte, de una de las últimas promociones; a él lo que le gusta es cuidarse e ir al gimnasio. Está cansado de los carteristas y rateros del centro, esos que los jueces siempre ponen en libertad sin mayores cargos, como Jonathan. Jonathan es apenas un niño, viajero de casas de acogida, esnifa pegamento por las esquinas para olvidar que se prostituye con ancianos bujarrones en los billares. Hoy Jonathan le compra un cupón a Marta. Marta es siempre la primera vendedora de la once en aparecer. Vender cupones está jodido. La gente no tiene dinero; como le dijo un cliente: cómo voy a cobrar tres millones si no tengo un euro para comprarlos. Es duro vender cupones todo el año en la puta calle. Marta le vende uno a Joaquín. Joaquín es empleado de un banco cercano y todas las mañanas le da los buenos días y se lleva su cuponcito, a ver si tiene suerte – piensa – y se pude jubilar del banco, que ya está harto de hacer números. Cruza unas palabras con Isidro, el dueño de una concesionaria de coches que está pensando en cerrar, pues nadie cambia de coches ahora que hay una crisis. Treinta días le ha dado el banco para saldar sus deudas, mientras piensa como cobrar el coche que le debe Ignacio.

Ignacio ha comprado un coche, animado por los días de bonanza, que ahora no puede pagar. No es la primera vez. La verdad es que siempre ha vivido así, de lo que va pillando; y es la tercera vez que le quitan el coche. Comprará otro. Se vuelve a mirar a Pilar. Pilar es la empleada de la farmacia del barrio. Qué buena está la Pilar, lo jodido es que sabe quién padece de la próstata y quién se compra viagra. Ser farmacéutica no está tan mal después de todo, piensa Pilar, mientras ve como van abriendo otros negocios: los inmigrantes que trabajan por menos del salario mínimo en el burger, los camareros de esa casa de comida a nueve euros… Pilar deja a su hijo en la cola del bus, que conduce Alvaro. Alvaro querría ser profesor, pero se quedó en conductor de autobús escolar. Conoce a cada niño por su nombre y a todos saluda con una pequeña broma, mientras recuerda sus tiempos de colegial, donde le llamaban “el nécora” porque no soltaba la presa y a todos volvía loco con sus fantasías. El tendría que ser escritor. Como Javier, ese famoso novelista al que ve trabajar a través de la ventana de su bella casa restaurada del centro, a la vista de todo el mundo, en un despacho lleno de libros hasta el techo. Javier tiene que escribir su artículo semanal para el periódico en el que trabaja, pero aún no sabe sobre qué hacerlo. Quizás escriba un artículo sobre la vida de la calle y esos personajes que nos cruzamos todos los días, con los que apenas intercambiamos unas palabras…

No hay comentarios:

Publicar un comentario