lunes, 8 de septiembre de 2008

EL EXHIBICIONISTA

Uno de los personajes típicos de mi veraneo en Coruña, con el que me tropiezo al menos una o dos veces cada verano, es T., el exhibicionista. Es un personaje muy conocido y curioso, que si bien alguna vez resultó interesante, ahora queda un poco patético.

T. se conserva muy bien, aunque es fácil que ronde ya los cincuenta años. No sé. El caso es que tiene un cuerpo estupendo, perfecto, con una estatura considerable y no está mal de cara. Le fallan los ojos, por eso consciente de su defecto siempre lleva gafas. Bueno, por eso o por creerse así menos reconocible. Aunque lo conoce todo el mundo, y desde luego el ambiente gay, en el que T. es famoso.

Y sin embargo, el dice que no es gay. Durante años se rumoreaba por el ambiente que T. no “hacía nada”. Arquitecto y casado con hijos, su sexualidad le lleva a mostrarse en público con los más escandalosos atuendos. Pero como en el ambiente gay es más admirado, y nunca sería denunciado como si su exhibicionismo se dirigiera a mujeres, T. se muestra a los gays. Y hace su numerito invariable, al menos desde que yo lo vengo viendo, hace unos cinco años.

Al caer la tarde, como al volver de su trabajo y cuando la playa aparece casi desierta, llega con su todo terreno y su bolsa de deporte a alguna de las playas nudistas. Unas veces a Bastiagueiro, otras a Barrañán. Entonces empieza una rutina, no por mil veces vista, menos interesante. De aquella bolsa de deportes empieza a sacar minúsculos bañadores de chillones colores que marcan todo su paquete, y empieza a hacer una absurda gimnasia para mostrar todos sus músculos. Se quita un bañador y se pone otro, se quita todos y se pone un tanga naranja. Se pone y quita unos cascos y unas gafas de playa y entonces pasea toda la orilla desnudo tirando piedras al mar. Siempre colocado cerca de algún admirador. Si el que lo contempla se pone a hacer una paja, entonces ya es feliz. Y prolonga su actuación hasta que el mirón se corre.

Yo le he seguido la corriente dos veces. La primera vez que le vi tengo que reconocer que me impresionó. Yo había bajado con mis dos perras a la playa en una tarde desapacible, pero aún así estaba allí desnudo. Cuando vi aparecer a aquella figura solitaria y perfecta mi rabo empalmó en todo su esplendor. Y ese hecho no le pasó desapercibido. Entonces se quedó por allí cerca, contemplando mi excitación de inocente joven quinceañero. Excitación que llegó a su cenit cuando se acercó a mí para preguntarme sobre mis perras. Y entonces, al hablarme, yo me puse tan nervioso, que mi emporronamiento se fue por donde vino. Y aunque T. siguió con su numerito ya no volví a emocionarme ¿es eso lo que llaman un gatillazo? jajaja.

Pero el segundo día tengo que confesar que, ya libre de mis perras, y con ganas de prolongar aquella absurda situación, estuve haciéndome una paja mientras él, feliz, realizaba para mi el númerito completo. Ese número lo acabamos en su casa vacía, donde me hizo toda una exhibición increíble de todos sus calzoncillos. Bueno, lo que no sabía él, es que yo soy también medio exhibicionista y fetichista de los calvinklein y creo que yo tengo incluso más, ¡más rabo y más calvinesklein! jajaja. Pero yo estuve feliz. Acabamos en la cama, y fue uno de los primero que me la comió. O sea, que si que hacía cositas con hombres después de todo.

Este año lo he visto por la noche en una discoteca. Estaba patético. Con un atuendo imposible entre el que destacaban unas mallas de bailarín piratas, marcando todo el paquete. Sin camiseta, estuvo bailando en la pista para regocijo de todos aquellos gays que antes lo adoraban y ahora se ríen de él... A sus cincuenta años, que le calculo, y a pesar de que se conserva bien, ya no está para ir por ahí en mallas de bailarín. Me dejó muy triste su contemplación, pero reconozco que aquellos recuerdos de mis encuentros a los quince años con aquel exhibicionista aún conmueven mi parte más íntima y querida.

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