jueves, 11 de septiembre de 2008

LLOVIENDO MARCIANOS

No se si os habéis enterado que en Madrid han aparecido montones de marcianos el otro día, aprovechando esos agujeros negros pequeñitos (¿conguitos?) que se han creado al poner en marcha el Acelerador de Partículas Europeo. Algunos decían que iba a ser el fin del mundo y que esos agujeros negros se irían haciendo más grandes y el mundo colapsaría..., vamos como el cuarto oscuro del "Cruising" un sábado por la tarde; pero nada. El caso es que el fin del mundo es un pesado, ya me falló con el cambio del milenio. A este paso veo que el fin del mundo no llegará nunca. Un informal.

Los marcianos así llegados son muy pequeños también. Tenían forma de bola de hielo; como granizo, dijeron algunos; y aparecieron en Móstoles. Y no son verdes, son blanquitos, acuosos, redonditos, ¡nah, una mierda! Pero vienen en son de guerra. Han follado un montanazo de casas, coches y, lo que es peor, la famosa M-30 que nos ha hecho Gallardón, nuestro alcalde, hipotecándonos para treinta años.

Ayer estuve hablando con un marciano. El pobre no entiende nada. Dice que allí, en Marte, se habla mucho en los blogs (martiblogs les llaman allí) de La Tierra, y que se cuentan muchos chascarrillos en la Martiesfera. Allí el Internet va de cine, cuando le conté que aquí va a dos megas y que el monopolio lo tiene telefónica se meaba de risa, el ijoputa. - No, telefónica en Marte no tener, a Dios gracias.- me dijo, hablando como los indios también. Y me hizo gracia lo de que invoque a dios en vano ¡Dios está en Marte! Aquí, como el fin del mundo, a Dios ni se le espera.

Mi marciano no entiende que en La Tierra (bueno, ellos le llaman otra cosa, “Planeta Cheirento”, creo que me dijo) unos humanos vivan en el Siglo XXI, - bueno, ellos están en el XXXI,- y que otros vivan en la edad de piedra. Yo creo que viene a espiar, porque se fija en todo. Dice que le preste a Paquirrín para un programa del corazón que tienen allí, que al final le sacan el corazón al invitado y se lo comen en crudo y en directo; como un programa de Arguiñano pero más a lo bestia. No entiende que aquí nos matemos unos a otros por un quítame allá estas pajas, y menos que en unos países te enchironen por eso solo unos años y otros te frían en una silla eléctrica - ¡qué calor!- me dijo, - ¿no poder poner sillas eléctricas con aire acondicionado?

El caso es que había oído que los españoles éramos un pueblo inculto, que leíamos poco, y que los libros nos daban así como alergia – ya sabéis, prejuicios marcianos-. Y resulta que el tío cae por una calle del centro, y se encuentra a la gente haciendo cola para comprar en una librería, en vez de comprar discos de Bisbal en la FNAC como hacen todos los marcianos para llevarse un recuerdo a su vuelta (es falso que se compren una muñeca vestida de flamento, desde aquí lo desmiento). Cuando le dije que no, que los libros son para que los niños los lleven al cole en unas mochilas a la espalda, y que todavía se estudia así en España, le dio un ataque de incomprensión, y allí mismo, ante mi vista, mi marciano se derritió todo, todo.

Lo empujé hacía el sumidero.

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