sábado, 1 de noviembre de 2008

YO QUIERO MI VACA

Nadie es perfecto y yo tampoco, aunque casi. A veces soy un niño caprichoso y se me antoja algo; y mi abuela, como es su obligación, aparte de verme como el nieto más guapo del mundo, procura darme todos mis caprichos. Ahora quiero una vaca.

Y es que he leído que en Madrid están pintando cien vacas de colores y al gusto, según los bocetos que ganaron un montón de artistas en un concurso titulado ¡Pinta una vaca! Y estas vacas estarán luego expuestas encima de una peana propagandística durante dos meses en la calle. Y no han contado conmigo. Pues no es por nada, pero yo soy un grafitero conocido, tengo un prestigio, y yo he pintado en las casas de las mejores familias; bueno, en sus fachadas, jajaja.

Claro, mi abuela, la fantasma, no puede verme así, desesperado por una vaca. Y me ha propuesto ir a Galicia a traernos a nuestra vaca marela. Una vaca de verdad. Dice que ya puestos, mejor un vaca de casa de toda la vida, una vaca conocida, que no una de esas de cartón piedra. Y que la podemos traer en mi coche y meterla en el garaje, que además tendremos leche fresca todos los días y que me dejará pintarle los cuernos y el rabo del color que yo quiera, rosa, me dice mirándome así con socarronería; y la idea no es mala, ¿habrá una vaca gay? ¿una pink cow? Dice además que así ella puede ir a la facu en vaca, que la carretera de Coruña siempre está muy atascada, y que mientras nosotros estamos en clase la puede dejar pastando por las praderas de la Moncloa, que su vaca es muy limpita, que sólo hace sus necesidades en casa –y eso no le hizo mucha gracia a mi madre-. No sé. Yo no lo veo claro, porque si ella va a clase en vaca, ¿en qué voy yo? Ya me veo tirando del carro con una boina y unos zuecos de madera, ¡una facha, vamos!

Mi abuela alegó, además, que para mantenerla podíamos organizar excursiones de niños en autobús a ver la “vaca de Iago”, que en Madrid no se ven vacas como las nuestras. Y a mi eso ya me parece la polla, la verdad. La mía es mía y a mi no me gusta enseñarla así como así, y menos me gusta que nadie juegue con ella sin mi permiso; con la vaca, digo.

En casa ha habido una discusión. Mi padre no se oponía. Pero mi madre dijo que si entraba una vaca en casa salía ella por la puerta. Y no lo dice porque le tenga manía a la pobre vaca que no le hizo nada, sino porque piensa que no casa bien con sus nuevos criterios decorativos minimalistas, que nunca se ha visto una vaca zen que se sepa. Cuando mi padre le contestó con un "no me tientes", ella contraatacó diciendo que con unos cuernos en casa ya llegaba, y que dónde estuviera él ya no podría entrar la vaca. No entendí muy bien que quiso decir con eso, pero creo que me he quedado sin vaca.



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