jueves, 27 de noviembre de 2008

LAS MANOS BLANCAS NO OFENDEN

Ayer fui al teatro…, jajaja.

Empiezo así todas mis crónicas teatrales, para que el que no quiera no me lea, y para que algún día, cuando sea un intelectual bien tuberculoso, todo el mundo explicará el día de mi entierro (yo pienso llegar a intelectual después de muerto, ya aviso) que esa era una característica de mis escritos teatrales…, que a mí me gusta ponérselo fácil a los estudiosos de mi ingente obra, jajaja.

Fuimos – y digo fuimos, porque ya expliqué varias veces que voy con un grupo numeroso de amigos, gracias a lo cual pagamos la mitad de las entradas, lo que es de agradecer para nuestras econo-mías de estudiantillos inquietos- a ver “Las manos blancas no ofenden” según la versión del reputado director Eduardo Vasco, que para modernizar la obra de Calderón añade el artículo a un título que yo estudié en Literatura sin él.

También, como dice el programa de mano, cuela en la obra algún detalle cinematográfico moderno. Pero yo juro que sólo los vi en dos momentos de la misma: una pasaje cantado y en el final, a un actor vestido según los “tiempos modernos” como elementos transgresores.
En cualquier caso, asumido que nuestro Calderón no es Shakespeare, la representación se deja ver; pasados los primeros momentos de desconcierto al escuchar el verso al recitativo estilo clásico. La comedia, la típica de situación con nobles y villanos, es representada exagerando ese tono jocoso, transcurre rápidamente y se hacen cortas las escasas dos horas de duración. Los actores cumplen muy bien con su papel, cantan con cierta gracia pícaras cancioncillas de enredos, y suena la música en directo interpretada por, entre otros instrumentos –un violín y un cello barroco- el milagro sonoro de un arpa, bello instrumento donde los haya.

Es una obra casi feminista y atrevida para su tiempo, supongo yo. Pues los papeles masculinos son exageradamente ridículos y, lo que es aún más curioso, hay un esperpéntico equivoco con un actor masculino haciendo de travestida dama, que debió ser, en su momento histórico, todo un acon-tecimiento teatral. Daría algo por ver por un agujerito – está frase siempre la dice mi abuela fantasma, venga a cuento o no, más cuando ella tiene la facultad propia de su fantasmez de atravesar las paredes-, una representación en aquellas corralas teatrales que, ahora sé, Matritensis nos va a presentar en su blog mañana o pasado, que para eso soy yo su Muso Oficial, jajaja.

Sin haber leído nada de la obra previamente por tener que estar en la puerta esperando la llegada de dos amigas, Rosa y María que siempre se retrasan, para darles sus entradas, asistí toda la representación cautivado por el vestuario, que respetando el corte clásico me pareció muy bello y distinto. Al contemplar el programa pude ver que eran los figurines de un conocido y actual modisto, Lorenzo Caprile autor, creo, de muchos de los modelos de novia de algunas de las más bellas cachorras de nuestra burguesía ¡para algo me tenía que servir mis puntuales lecturas del “Hola”.

En fin, por nueve euritos de nada, asistir a una representación tan divertida, con final feliz incluido en el que el amor triunfa (¡ay, el amor!) de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en su sede temporal en el Teatro Pavón, y luego darte una vuelta para tomarte una birrita por esas tascas tan encantadoramente típicas de la zona de la Cava Baja resulta un día distinto, y a pesar del frío o precisamente por ello, muy confortable y gratificante. Yo os lo recomiendo con todo mi cariño. Ir de vez en cuando al teatro queda como muy moderno, hace muy intelectual, y tampoco se aprende tanto, no tengas miedo, te lo digo yo que hoy estoy igual de burro que ayer, jajaja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario