lunes, 21 de julio de 2008

POR LA CARA


Cuando Jan se despertó no era capaz de comprender qué era lo que había fallado. Lo había calculado todo concienciudamente hasta el menor de los detalles y nada tenía que haber salido mal. Y sin embargo…

Desde que vio la cara de su nuevo vecino sintió un inmediato impulso, una necesidad imperiosa de verlo muerto. No aguantaba aquella geta, era superior a sus fuerzas. Desde el principio supo que le iba a crear problemas y así fue. Jan presumía de tener la facultad de conocer a la gente por su cara y jamás se había equivocado, aseguraba. Las discusiones se fueron sucediendo una detrás de otra: que si la barbacoa, que si el olor de las cagadas de su perro, que si el gato le estropeaba los parterres… Todo eran protestas. Aquel tipo no hacía más que protestar; protestaba por todo. Y siempre ponía aquella cara que él no aguantaba, una cara de estúpido cinismo que tanto le incomodaba.- “Algún día alguien le romperá esa cara de gilipollas”-, pensaba a menudo. Pero como pasaba el tiempo y nadie lo hacía, decidió hacerlo él.

Lo estuvo siguiendo durante meses, aguantado las arcadas que la visión de su repulsiva cara le producían. Estudió sus costumbres, sus hábitos, sus lugares de trabajo y de recreo. Todo. Lo había preparado todo. Así que cuando alquiló un viejo coche para atropellarlo mientras se encontraba en la alejada zona donde habitaba su ex mujer, lejos de la zona residencial donde ambos vivían, y se lanzó contra él con toda la potencia que pudo extraer de aquel destartalado auto, lo último que vio fue la cara de gilipollas de su asustado vecino, - aquella cara que tan difícil le resultaba de soportar-, encima del parabrisas.

Después solo recordaba haberse estrellado contra un árbol justo en el momento en que el viejo Ford se hundía en la profunda laguna de las afueras. El cristal del coche le destrozó la cara y no podía recordar nada más, ni siquiera como había salido del agua. Cuando le dijeron que se había salvado de milagro y le habían realizado un trasplante total de rostro, Jan no sabía que pensar ni que imagen le devolvería el espejo de su cuarto de baño.

Finalmente, cuando la enfermera le retiró el vendaje, mientras le comentaba la suerte que había tenido de poder contar con la cara de un pobre hombre atropellado el mismo día de su accidente, y se enfrentó al nuevo rostro que le acompañaría el resto de su vida, pudo ver aquella odiosa cara que tanto le había perseguido en vida; mientras su repugnante boca, que ahora pareciera movida por una voluntad ajena a la suya, le susurraba bajito pero firme e irónicamente: “Jódete, jódete…”.




(El primer trasplante de cara podrá realizarse en España muy pronto...)

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