domingo, 9 de marzo de 2008

TADEYS

“… El proyecto consistía en lo siguiente. Como a todo el mundo, a La Comarca llegó la moda del joven navajero y violento. Al principio se optó por la vía tradicional, el reformatorio: pero el genio de los dos geniales ambiciosos, hiena Jones y araña Ky, concibió otro método. Cada noche la policía efectuaba razzias en las bailotecas de los jóvenes. Se los llevaba a comisaría, y a los que ya tenían –de díscolos- antecedentes, al barco de dulcificar se los enviaba sin miramientos. A los otros los examinaba Vich, el forense, quien si les encontraba síntomas de pendencieros asociales, luego de depilarles todo el cuerpo, eran alojados en el barco. A los demás se les soltaba con una ligera reprimenda.

En cuanto subían a bordo, los convictos eran entregados a bufas especialistas en transformar en damas a los que se creían “demasiado” viriles. En cuanto subían a bordo los sodomizaban. Así, constantemente, la primera semana. Perdían hasta el nombre. Para llamarlos decían: “Venga para acá, puto 14”, o cosas por el estilo. Después, en apariencia, el tratamiento se dulcificaba. Venía la enseñanza de modales femeninos y el complicado aprendizaje de comportarse como la hacían las señoras. Además de Ky y su gente (Jones entraba sólo en el rubro “represión de rebeldes” – aunque algunos no aprendía porque les costaba más, pobrecitos, no por mala voluntad), en el equipo de profesores entraban putas de alto vuelo, famosos travestis, lesbianas activas – tan perfecta era la ilusión que muchas lesbias llegaban a enamorarse de las chicas-transexuales virgos (especialcitas en mohines), y bufas de todo calibre: aristócratas ociosos, hombres de negocios, magistrados, militares, y también la amplia escala de la hez de la sociedad. Ky y Jones querían fabricar damas para todos los gustos, muñecas que no fallaran nunca en ninguna circunstancia.

Comparada con esta fase, la primera, la que consistía en des-macharlos, cojiéndolos, cojiéndoselos todo el tiempo, era una bicoca, soportable y facilonga. Aunque ya incluía un elemente sutil, hijo del cerebro de Ky. Entre todo lo que las futuras damitas tenían prohibido, lo prohibido máximo era la homosexualidad entre ellas. Ky lo había previsto: el machito valiente, al verse garchado, querría recuperar su hombría haciéndole el culo a otro convicto. Con el sistema Ky resultaba imposible, no sólo por la vigilancia constante.

Primero los dormían a todos con somníferos, y luego les inoculaban hasta el fondo del ano una sustancia sintética perversamente bautizada por Ky con el nombre de “pescabufines”. Cada media hora todos eran obligados a formar y a mostrar su pene: el que la tenía moteada de pintas blancas (solo visible con microscopio) era picaneado de inmediato en el recto, puesto que las manchas, que el culpable no advertía como queda dicho, lo denunciaba inexorables: ése había sodomizado a otro recluso más débil, o que ya le había tomado cariño a la condición femenina de tanto ser desfondado por los bufas especiales, cuya técnica parecía irresistible. Poco importaba que el futuro damita se hubiera entregado a otro (o a varios: lamentable, a veces ocurría). Poco importaba que no hubiera existido inaudible balido de cordero ante la violación del más fuerte. Ky y Jones, frotándose las manos lo habían pensado mejor:

Desde que subían a bordo –rezaba la cláusula con fuerza de ley- ninguno pero ninguno de los hoy violentos y en el futuro damitas perfectos, adorables mujercitas, ninguno podría ejercer el papel masculino en ninguna relación sexual. Por esa causa, en cuanto ponía el pie a bordo, el joven violento (la tanda entera, recién llegada) era sodomizada por los bufas especiales, sin secretos, todos veían cómo eran desvirgados todos, a plena luz, sobre la inmensa cubierta del barco. Hacinados no por falta de espacio, sino a propósito, codo con codo, para que cada uno sintiera que se la estaban enterrando a fondo mientras lo mismo le pasaba al otro, tanto y tan pegoteados que a veces el bufa terminaba con un culo, y comprobaba que su colega era más lento: se entusiasmaba entonces mirando (salida, entrada, salida entradas: era emocionante), volvía a parársele y la clavaba en el ano de al lado, rápido, porque lo tenía, a pocos centímetros. Lo cual no estaba prohibido, al contrario, era loable y hasta había premios para los bufas incansables. En fin, que todos los convictos –esos jovenzuelos molestos que se jactaban de muy hombres- comprobaban que ninguno se salvaba de entregarse. Después de poseerlos, los bufas estaban obligados a meterles el dedo anular hasta el fondo en el hoyo recién abierto, azotarlos al mismo tiempo en forma brutal y decirles la psicológica frase, la misma para todos sin cambiar una sola palabra. Decirles, con voz ronca y refiriéndose al esfínter recién abierto por el miembro y ahora escarbado, ahondado por el dedo: “Espero que no te olvides, piba, desde hoy éste es tu culo rendido a un hombre, es tu único órgano sexual. Ya no es tuyo. Es tu Yo. Yo sé mucho de estas cosas: de vos se puede, piba, hacer una flor de hembra, para todo uso: encamarse, atender la casa y al hombre y todo lo demás…”


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