viernes, 4 de diciembre de 2009

LOS SÁBADOS POST VINTAGE: TA CO NA TA

(Est post fue inicialmente publicado en mi blog el 27 de julio de 2007).

Tenía nombre japonés pero nadie sabía muy bien por qué. Era bajita y menuda y vestía permanentemente de negro. Pero lo que la hacía distinta de otros pobres de la ciudad era su dinamismo. Ta co na ta no pedía en una esquina o en la puerta de una iglesia, no; ella pedía, o recibía dinero sin pedirlo, pero sin dejar nunca de andar. Nunca paraba quieta. La podías ver caminando a buen paso por cualquiera de las calles más transitadas, desde los cantones al puerto. Siempre en marcha, siempre como si tuviera prisa, como si algo se le escapara. Desde la mañana hasta la noche.

Pero lo que realmente la hacía peculiar y conocida entre la chiquillería de Ferrol, que alegremente la perseguía y se mofaba de ella, era el hecho de caminar eternamente con una mano delante de la boca que no retiraba ni para hablar, y que a cualquier pregunta que se le hiciera contestaba invariablemente con aquella misma frase que la hizo famosa: “Nunca chejamos (*)”

- Ta co na ta, ¿de dónde vienes?
- Nunca chejamos


Y las historias que de ella se contaban decían que efectivamente había perdido algo. Contaba esa leyenda que había sido una joven de buena familia despierta y bella, y que había tenido un novio que la idolatraba, pero pobre. Este novio marchó a hacer las américas en busca de una dote con que llevarla al altar. Y que una vez lograda aquella riqueza ansiada embarcó en un frágil navío tristemente naufragado frente a la Costa da Morte en una noche tormentosa y aciaga; y que ni aquel novio ni la fortuna soñada llegaron jamás a puerto.

-
Ta co na ta, ¿dónde vas?
- Nunca chejamos.


Cuando murió se encontró debajo de su colchón una arrugada fotografía de aquel novio desaparecido y una bolsa de basura con más de diez millones de las antiguas pesetas. Enterrada en el cementerio de Catabois, sobre el frío mármol de la losa que cierra su tumba, y si separas la maleza que hoy en día la cubre, aun puedes leer aquellas palabras que tantas veces ella repitió en vida y que aquí, en el cementerio, alcanzaron por fin todo su profético sentido: “Nunca chejamos".


(*) "Nunca llegamos", en castellano.

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