sábado, 19 de diciembre de 2009

LA JOVEN PROMESA

A Ramsés, que el otro día me pidió un relato,
y de cuyo blog obtuve la foto.

Como todos los días al terminar el entrenamiento en la ciudad deportiva por la zona norte de la ciudad, se dirigió a la estación de tren cercana, engañándose a sí mismo mientras pensaba que aquella sería la última vez. Realmente tenía que tomar el cercanías que le llevaría a su barrio, en el extrarradio; pero no era allí a dónde dirigía ahora sus pasos. Siempre encontraba un rato para acercarse a la gran estación central y buscar en los baños a alguien que llevarse entre las vías.

Era una joven promesa del fútbol, con un aspecto llamativo que le daba su larga caballera rubia, y su más que curioso parecido con otro famoso futbolista ya consagrado. Solo era cuestión de tiempo que triunfara. Formaba parte de una buena generación, - una quinta la llamaban- de adolescentes muy bien dotados para el juego del balón. Formaban una piña, dentro del campo y en el vestuario también. Pero era esa familiaridad y amistad entre ellos, esa familiaridad con que se vestían y desnudaban al terminar los entrenamientos, la facilidad con que se bañaban desnudos y juntos, jugueteando con el jabón, azotándose con la toalla, todas esas actitudes tan masculinas, las que le tenían trastornado y guiaban sus pasos a esta conocida zona de cruising de la ciudad.

Contactar con alguien allí le resultaba extremadamente fácil. Y siempre encontraba con quien desfogarse al empezar la noche, descargando así la excitación que la convivencia con sus compañeros le había producido y apagar aquel fuego que le consumía por dentro. Su cuerpo joven pero musculado y su aspecto de adolescente andrógino, le proporcionaba un encanto irresistible para todos los viciosos asiduos de aquella estación. Apenas hablaba con ellos, no les besaba, solo quería que le penetraran; nada más le interesaba de ellos. Se ofrecía así como una puta ansiosa por terminar pronto aquel intercambio de fluidos que le repugnaba y le resultaba, al mismo tiempo, tan necesario. Allí, con los pantalones de deportes bajados sobre las botas de jugar, y con las espinilleras aún puestas, con la camiseta levantada sobre su cabeza, ofrecía su ano a desconocidos, y les chupaba sus anónimas pollas para lubricarlas antes de que se las insertaran bruscamente. Algunos, aunque no lo dijeran, parecían ya reconocerle y se asombraban de poseerlo allí mismo, al aire libre y al caer la noche, pues su mirada asombrada no exenta de orgullo por la conquista asi lo dejaba ver. Pero a él no le importaba, sabía que pronto tendría que terminar con aquello, que no podía durar, que llegaría un momento que no podría permitirse estos desahogos que tanto necesitaba. Aunque en realidad, nunca debería haber iniciado ese juego maldito que amaba y odiaba al mismo. Estaba decidido a triunfar como futbolista, y su vida estaría pronto bajo los focos de la fama, ya nunca podría volver a entregarse así sin poner en peligro la suya propia y la del equipo blanco en que militaba. Triunfaría aunque para ello tuviera que renunciar a su verdadera naturaleza, al amor, y a aquel sexo desgarrado que tanto necesitaba.

Todo eso pensaba mientras su pareja se acomodaba en su cuerpo, ya demasiado excitado como para disfrutar del encuentro. Eran tan frustrantemente rápidos y desprovistos de todo encanto estos intercambios, siempre bajo el signo de la improvisación y la clandestinidad, bajo la luz mortecina de las farolas de la estación y el olor a hollín de las locomotoras. Sabía que de allí nunca saldría nada positivo, y que con cada uno de aquellos encuentros, su amor quedaba cada vez más lejano..., en aquellos vestuarios que había dejado hacía un rato, permanecía el cuerpo amado de aquel compañero que deseaba hasta la desesperación, pero que nunca sería suyo. Solo despertó de su ensoñación, cuando aquel desconocido que estaba tomando posesión de su cuerpo, soltó su blancuzco chorro pegajoso, al tiempo que le soltaba la frase que nunca quería tener que oír – Oye, tú eres G… ¿verdad?



Nota: Culquier parecido con la realidad es pura coincidencia. El post está basada en una leyenda urbana trasmitida oralmente y que, por razones obvias, no ha podido ser contrastada por el autor.

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