martes, 12 de febrero de 2008

FAQUIR

Llegó a la aldea el día que, en las fiestas en honor de Santa Comba, actuaba un faquir. Al volver a nuestras casas después de asistir a la patética actuación, en la que el número más espectacular del anciano tragasables fue comerse un vaso de vidrio, aquel menudo perro de lanas blanco como un copo de nieve empezó a seguirnos con cara de despistado. Ponerle de nombre Faquir fue lo primero que se nos ocurrió, aunque pronto pasó a ser para todos Faquiriño.

Faquir fue a dar en una familia de marino con siete hijas. Por ello hoy no soy capaz de saber si ya era marica cuando lo encontramos o se volvió gay en aquella femenina casa. Pero desde muy joven aquellas siete niñas empezaron a pintarle las uñas, a ponerle en la cabeza imposibles recogedores de chichos de los mas peregrinos colores, o probarle sus bragas y sus sujetadores. Pero nunca como una burla, sino con el afecto de tratarle como una más de ellas.

Llevó así una vida perruna y marica de perro de compañía. Nunca pareció protestar y siempre estaba alegre y divertido, como conocedor de su especial condición. Sus ladridos tenían… ¿cómo decirlo? algo de pluma. Unos ladridos no estridentes pero si femeninos y cantarines, más impropios de él que los que esperas de una hembra de su especie. Así vivió sus primeros años, contento, solo, gay.

Pero Faquir se enamoró. Se enamoró de un enorme y feroz perro sin raza, "palleiro" pero hermoso, que los aldeanos de la casa vecina tenían siempre atado con una gruesa cadena a la puerta del chamizo donde guardaban el tractor. Allí se escapaba frecuentemente a ladrarle, amistosamente claro, y pavonearse delante de él, de la manera que supongo pensaría más perrunamente excitante. Era ya una broma típica entre sus siete propietarias el decir que “estará viendo a su novio” cuando el pequeño Faquir desaparecía.

Cuando en una de esas escapadas nocturnas, empezamos a oír unos terribles aullidos lejanos sospechamos enseguida lo que podía haber ocurrido, y más cuando al llegar al alpendre hallamos la cadena que sujetaba al bello bruto suelta. Cuando lo encontramos agonizante y lo llevamos corriendo al veterinario, éste nos dijo que estaba destrozado por dentro, que había sido poseído con un furor desconocido y que el mimbro del violador había destrozado su pequeño cuerpecito. Puedo jurar, y no me quito de la cabeza, que a pesar de todo aquel estropicio, se podía ver en la cara de Faquir inerte una lánguida sonrisa de satisfacción por su única noche de amor y la aceptación de su trágico destino.


Comentarista Plateada del Día: Gayhetera

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