miércoles, 3 de enero de 2007

ESTRELLA

Desde niño, desde que mi recuerdo alcanza, siempre quise tener una estrella; una estrella propia. Yo pensaba que, habiendo tantas, todo el mundo podía tener una; y que no estaban tan lejos, más o menos como de aquí a Tarragona.

Las estrellas de mis amigos tenían nombres como Pegaso, Aldebarán, Centauro; mi estrella se llamaba Leviss. Todos se reían de mí por ponerle a mi estrella un nombre tan raro, pero yo pensaba que si todo el mundo tenía una estrella conocida y siendo la mía desconocida, al menos sería etiqueta roja.

Todos los días entre las seis y las siete, poco antes de que pusieran el cielo y mi estrella ocupara su lugar, yo hablaba con ella. Recuerdo que incluso idee un artefacto, que consistía en un palo muy largo que terminaba en un gancho, para poder atrapar a mi estrella, cada día prolongaba ese invento atándole un nuevo palo; a este invento le llamé “amor”. Pero el amor nunca era suficientemente grande como para poder atrapar a mi estrella.

Entonces soñaba con ser astronauta. A menudo pensaba que podría salir en una nave espacial a gran velocidad por el ciberespacio y llegaría a mi estrella guiado por su bella y potente luz. Pensaba en que una vez que estuviera cerca de mi estrella nada me separaría de ella.

Pero un día, al comienzo del invierno del dos mil cuatro, leí en alguna parte que es imposible alcanzar una estrella, que viajan por el cielo en un universo en expansión a una velocidad superior a la de la luz, que es la máxima velocidad a la que pueden viajar los sueños de un niño, y que esa luz que yo pensaba que me guiaría, me dejaría ciego si apenas consiguiera acercarme a ella. Entonces comprendí que es imposible que todos los niños del mundo tengan una estrella y la guarden en una caja de zapatos en su armario, porque a la hora de ponerla en el cielo cada noche algunos se olvidarían de sacarla, otros se equivocarían de sitio, y otros mas querrían quedarse a jugar con ella; entonces el cielo sería un desbarajuste diario que confundiría a los viajeros, muchas estrellas llegarían tarde a su puesto y el cielo sería distinto cada noche. Comprendí que las estrellas deben ser libres y permanecer en su sitio sin que los niños quieran atraparlas. Ese fue el día en que me hice mayor.

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