jueves, 12 de junio de 2008

MARÍA

Nota previa: (Me permito recolocar aquí el post de ayer y darle así nuevo aíre. El final propuesto en su comentario por Víbora mejora y da sentido a mi post. Es costumbre de este bloguero abrir su blog a colaboraciones ajenas. En ese sentido, ahora que lo comparto con Víbora, me siento más contento con el post, aunque muchas de los adjetivos puestos en su comentario sé que son exagerados. He aquí de nuevo, mi post tal como ha quedado)
Jamás usó abrigo ni le hizo falta. Ni en las más frías tardes de invierno llevó puesto otra cosa que no fuera una chaqueta de lana calcetada por ella. Su exuberante humanidad y enormes pechos abrigaron su transcurrir solitario y monótono por esta vida. Vida que, sin embargo, la privó del calor que mas buscó: el de los hombres.

Guapa, morena, con unas preciosas piernas bien torneadas que solo calentaron las faldas de una mesa camilla. Amable y simpática, siempre encima de unos imposibles tacones que no se quitaba ni para ir a la playa, en un caminar tan sensual como inestable. Verla desdender por aquellos caminos de piedra y arena era un espectáculo para aquellos bañistas que la elevaron a personaje local.

Eternamente admirada y deseada por todos quienes la contemplaban, pero sin que ninguno llegara a catar. Aún con el peso de los noventa años que la llevaron a la tumba, coqueteaba con todos los que se cruzaba, con su cara pintada hasta la máscara, presumiendo todavía de que los obreros silbaban a su paso.

Murió virgen. La encontraron sentada en el bidet una tarde de otoño, lavándose aquel órgano que todos desearon pero que ningún poseyó jamás. Solo su propia sangre menstrual humedeció aquel sexo que no llegó a utilizar. Muerte estéril e inútil, privada del más natural de los placeres, y reprimida por una educación puritana y absurda. Enfermera de la guerra, solo conoció un breve novio que partió pronto para un frente lejano del que nunca volvió, sin haberle dado siquiera una sola noche de amor.

Así se fue para siempre, sin haber sentido el calor de unos brazos masculinos en la profundidad de la noche, ni el aliento de aquellos hijos que tanto había deseado y que deberían haberla cuidado en sus momentos finales.

Jamás usó abrigo ni le hizo falta. Llevaba el calor metido en el cuerpo.


(Escrito por Iaguito en junio de 2008, con la colaboración inestimable en el final de Víbora).



Comentarista Plateado del Día: Diego del mar

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