viernes, 23 de marzo de 2007

Y SE LLAMABA GABRIEL…

Era lunes y el día amaneció magnífico, con un sol radiante. De esos días buenos que en el verano de Galicia resultan únicos: cielo limpio y soleado, buena temperatura, algo de viento. Un día genial para irme a la playa y hacer windsurf. Siendo lunes, además, esperaba toda la playa para mí.

Efectivamente cuando llegué no había nadie en la playa. Monté mi 5,30, me enfundé el traje de neopreno y mi tiré al mar. El agua como siempre estaba heladora pero verde y cristalina, limpia hasta la exageración, pero con unas olas tremendas de 2 ó 3 metros. La situación ideal para hacer windsurf. Estuve dos horas, y por no salir del agua me meé en el traje de neopreno para estar más calentito y aguantar más tiempo. Estaba feliz.

Cuando salí del agua, posé la vela y me dirigía a mi toalla. Entonces pude ver que alguien se había sentado justo al lado de mis cosas. Recuerdo que me resultó extraño que en una playa de tres quilómetros y vacía se tuviera que ponerse al lado de mi toalla, pero suele pasar en las playas, supongo que debido al sentido gregario que tenemos.

Ya cuando estuve cerca pude ver que era un chico guapísimo. Tenía un rostro perfecto con unos maravillosos ojos negros y un pelo negro que le caía por los hombros. Estaba tomando el sol desnudo y pude comprobar que tenía un cuerpazo fuerte y esbelto y muy dorado por el sol con una polla de un tamaño más que respetable.

Evidentemente al saludarme con una espléndida sonrisa y un brillo muy especial en los aquellos ojos, le pregunté si nos conocíamos y me contestó que yo a él no, pero que él a mi si; que no vivía lejos y que me veía todos los días en la playa mientras yo navegaba. Me dijo que siempre estaba cerca “ya ves -me dijo- te vigilo en la distancia”.

Bueno, la verdad es que fue un flechazo y todo estaba predispuesto a lo que pasó. Hicimos el amor furiosamente en la playa desierta, primero en la arena seca y luego en la mojada a la orilla del mar, mientras las olas cargadas de espuma nos bañaban los pies. No había nadie que pudiera vernos, pero tampoco nos preocupamos de ello.

Al terminar, llenos de semen y arena nos fuimos a dar un baño. El mar nos recibió con aquellas olazas furiosas pero mi nuevo amigo parecía nadar bien, incluso mejor que yo; así que estuvimos jugando a saltarlas y sumergirnos entre ellas. Pero de repente, sentí una ola más fuerte que las otras que me envolvía y me arrastraba hasta el fondo; yo estaba agotado por todo lo que había hecho en la mañana y apenas podía luchar; no tenía fuerzas para intentar salir y por un momento pensé en dejar de hacerlo, en dejarme ir.

Entonces sentí una mano agarrando la mía con una fuerza superior que tiraba de mi cuerpo exhausto; era él que intentaba salvarme. Me agarré a su brazo con todo mi alma y salí a la superficie con la garganta llena de agua y un susto de muerte.

Nos despedimos después de aquello y curiosamente no lo volví a ver. No volvió nunca más a aquella playa y aún lo echo de menos. Para mi fue un ángel. Y se llamaba Gabriel….

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