domingo, 4 de marzo de 2007

EL ENEMIGO DE... LA ALDEA

El viernes nos llevaron al teatro otra vez. Vimos una obra de Ibsen, ese tuberculoso. Se trataba de una obra de contenido social y político, que plantea un dilema entre riqueza o principios “El enemigo del pueblo”. Para mí que se ha quedado antigua.

Para que la entendáis yo he hecho una versión moderna y actual que he denominado “El enemigo de la aldea”

La acción transcurre en una aldea remota y muy pobre. Sus habitantes la abandonan porque no hay trabajo ni oportunidades ni diversión. Todos los jóvenes se marchaban a la ciudad, se compran un móvil, un portátil con wifi y un Seat León.

Hasta que el alcalde tuvo una gran idea: montar una Sauna Gay. Una sauna gay en un alpendre de por allí aprovechando que el agua de los montes bajaba fría y cristalina. Claro, para una sauna no va muy bien el agua fría, pero siempre se podrá calentar, pensó el alcalde.

El caso es que el negocio no marchaba muy bien hasta que contrataron a un masajista así como el Darek (esto es solo para poner un ejemplo, el novio de Ana ya ha dado lugar a bastante literatura bloguera). De repente la sauna empezó a crecer y a prosperar. Empezaron a acudir todos los paisanos del lugar y de las aldeas vecinas a dejarse masajear por el maromo en cuestión. El masajista trajo la riqueza a la remota aldea.

Se instaló allí un restaurante japonés-fashion que ofrecía un menú a base de sushi y nisu todo crudo… tan crudo que lo tenías que cortar tu mismo de las saltarinas truchas del río. También montaron una “casa con encanto” con una decoración country conseguida comprando todo en Ikea a buen precio, y allí pusieron a la abuela del alcalde a recibir a los turistas con su gracejo popular y un pañuelo en la cabeza.

Igualmente pusieron una tienda de diseño tan absolutamente blanca y fría que no vendían nada; bueno sí, unos souvenir divinos divinos con las cacotas de las ovejas así todas negritas en unos preciosos envoltorios modernos diseñados por Ágatha. Todo iba viento en popa.

Pero de repente el médico del lugar descubrió que el masajista estaba inoculando un extraño y mortal virus a todos sus “clientes” que morían de placer (algunos justo justo después del placer). Claro, ya tenemos el conflicto montado. Aquí viene la cuestión teatral: “¿Decimos a todo el mundo que su vida corre peligro en aquella sauna poniendo en peligro la apacible y próspera aldea o simplemente repartimos condones?” He ahí el dilema planteado por Ibsen (pero en dos horas y en sueco, que queda como más europeo).

Ni que decir tiene que el médico, un hombre de principios, opta por decirle a todo el mundo que la visita a la sauna gay es un grave peligro para la salud; y sin embargo, las autoridades optan por el silencio pensando, claro, en que no se termine el negocio. Al final declaran al médico Enemigo de la Aldea.

Y ¿la prensa? preguntareis vosotros… pues como siempre, “El País” con el gobierno y “El Mundo” con la oposición.

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