“Yo tenía un espejo impresionante, hermosísimo, producto de una herencia familiar; tenía un enorme marco dorado lleno de guirnaldas y angelotes. Todos los días al levantarme de la cama me enfrentaba a él desnudo e invariablemente el espejo me hacía la misma pregunta: “¿Acaso no soy yo el espejo más bello que has visto en tu vida?” También invariablemente yo le respondía que sí; entonces me devolvía mi imagen un poco más fuerte, más atractiva, mejor dotada.
Hasta que una mañana, al hacerme la misma pregunta de todos los días, tuve que contestarle que ya no, que ya no era el más bello; que había estado visitando un palacio y que había encontrado un espejo más bello y más rico que él.
Ese día pareció entristecerse y la imagen de mi mismo que me devolvió era más cercana a la realidad.
A la mañana siguiente, poco antes de levantarme, oí un tremendo estrépito de cristales rotos. En seguida comprendí que había ocurrido”
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