
No sabía como se había enviciado tanto, como había llegado hasta ese punto, pero así estaba; bajo un completo síndrome de dependencia: comentaba cada post del autor al que ni siquiera conocía, se pasaba el día pensando en leer el post del día siguiente, masticando todos los escritos de los demás lectores y comparando mentalmente quien había estado más o menos acertado que él. Su obsesión por aquel blog era total, enfermiza.
Intentaba ser el primero en dejar alguna nota ingeniosa, participaba en todos los experimentos que G. proponía y hacía todo lo que se le sugería sin rechistar. Soñaba con ser especial para el escritor de aquellos relatos e imaginaba que su felicidad sería total el día que le dedicara una frase especialmente amable a él, su lector más fiel. No se cuestionaba ninguna de las ocurrencias del autor, solo obedecía.
Por eso aquel día se quedó helado cuando en el post diario pudo leer una sola y terrible palabra: “Muere”.
Ni por un momento dudó que fuera dirigida a él y que así ocurriría.
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