
Mi ligue, al castellanizar sus frases dice cosas curiosísimas. Pareciera que hablara al revés. Por ejemplo dice: “¿báñaste?” cuando quiere preguntarme si me voy a bañar con él. Y si soy yo quien se lo pregunta, me suelta “y… bañaréime” (arrastrando mucho esa y). Y, como nota curiosa, he descubierto que el verbo ir es, también en gallego, costar o valer. Así, si le digo que me he comprado unas zapatillas, mi ligue me pregunta: “¿Y a cómo te fueron?”, para saber cuánto costaron. Es raro, ¿no? Y si me llama para
Me recuerda la anécdota que siempre cuenta mi padre que creo haber contado ya alguna vez: En el pueblo donde veraneamos organizaron un año, con motivo de las llamadas pomposamente “Fiestas del veraneante”, una carrera de caballos en la playa. Querían una carrera con cierto glamour, y aparecieron todos los de la escuela de equitación perfectamente vestidos con la equipación completa. Se las prometían muy felices, y presumían como pavos reales delante de los paisanos. Pero, justo cuando la carrera iba a comenzar, apareció un joven lugareño en bañador, montado en lo que parecía un caballo viejo y cansado, y armado con un palo. Las risas fueron genéricas y sonoras. Pero aquellas carcajadas se tornaron en gritos de ánimo y aliento por parte de todo el público, cuando aquel mozo montando su gañán se adelantó a todos aquellos exquisitos jinetes, dejándoles en ridículo al ganar la carrera. El jolgorio fue espectacular y el bochorno de los jinetes académicos de los que hacen época.
Pues mi ligue autóctono es lo mismo. No sé que clase de sabiduría posee, parece que es una persona simple y, sin embargo, consigue siempre dejar callado a los más recalcitrantes pedantes de la pandilla. Siempre tiene la frase adecuada y certera que pone punto final a cualquier discusión, y su sencilla lógica puede con todo. Tiene una sabiduría natural y genética, diría yo. Y nos explica las cosas más curiosas que imaginarte puedas, sobre animales y plantas.
Pero todas esas dificultades, digamos idiomáticas y de estilo, no impiden que echemos unos polvos de época en medio de la naturaleza gallega. Ayer amanecimos en el coche sobre un acantilado, y os juro que una de las ruedas delanteras estaba casi en el aire sobre la playa. No recuerdo cómo aparecimos allí ni a qué hora llegamos. Sólo sé que follamos como posesos, y nos quedamos de nuevo dormidos en el coche. Le regalé unas gafas plateadas que llevaba en la guantera, y creo que es el objeto más sofisticado que ha tenido nunca. ¡Una pasada!, está con ellas como niño con zapatos nuevos y, sin embargo, parecieran hechas para aquella cara, moderna a su pesar, que podría haber cincelado el propio Miguel Ángel. Pues podría ser modelo, y de los más atractivos, además, sólo con que puliera un poco su actitud y su habla. En fin, es algo poco corriente, ya digo.
Bueno, os dejo que “chámame xa ao móvil” mi producto nacional (bruto) propio, y tengo que aprovechar que ya me queda poco tiempo... ¿Podréis disculparme, verdad? Bezos.
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