
Hacía tiempo que la Medicina había logrado realizar aquella operación. Poco después del año 2050 empezó a no hacer falta la cirugía para todas aquellas malformaciones corporales que la ingeniería genética había evitado; desde luego nadie tenía que pasar por quirófano para retocarse la nariz, quitarse la papada o el michelín que crecía en la cintura, o retirar la grasa bajo los párpado de los ojos. Todos esos pequeños detalles se elegían ahora en el momento de la concepción. La gente era esbelta o rubia o tenía los ojos azules a la carta. Se podía elegir la estatura, el peso, e incluso la textura de la piel. Todo era genéticamente manipulable.
La cirugía ahora iba por otro camino, se implantaban bits de memoria, chips para mejorar la simpatía, o módulos de felicidad. Hacía tiempo que se habían localizado todas las funciones sensoriales y emocionales en el cerebro humano y resultaba relativamente fácil su manipulación mediante delicadas operaciones con rayo láser.
Y la operación estrella. La operación que John se estaba planteando: la extirpación del otro yo; esa otra personalidad que todos llevamos dentro conviviendo en nuestro cuerpo. Ese otro yo con el que todos hablamos y discutimos, el que nos pone los inconvenientes y las ventajas de todas nuestras acciones, esa especie de conciencia moral que constantemente nos vigila y nos corrige. Ese segundo ser que siempre nos acompaña pero a veces nos incordia tanto. El yo que no quiere salir, el que no quiere ir a ese concierto, el que no quiere gastar el dinero en esa camisa que se te ha antojado.
La publicidad era muy convincente. “Deshágase de ese inquilino molesto” – decía. “Si en su piso no caben dos personas, menos en su cuerpo”. Desde luego era una razón que convencía a la gente que se apuntaba a enormes listas de espera para deshacerse de su otro yo que tanto les incordiaba y ocupaba. “Imagine todo su cuerpo para usted solo, podrá ampliar su inteligencia, su emotividad, leer aquel libro que su otro yo nunca quiso leer…”. Bueno, era difícil sustraerse a tanta presión. Así que John no lo pensó más; ahorró los miles de estelos necesarios (aquella moneda que había sustituido al viejo euro en el universo), y decidió pasar por el quirófano para quedarse él sólo en su único cuerpo. Se preguntó que harían con las dobles personalidades así extirpadas, pero enseguida lo desechó; no era su problema, que se buscara otro cuerpo. El se quedaría en el actual para él solo.
Cuando despertó de la operación, se sintió inmediatamente más cómodo y amplio. Todo había salido bien y no le dolía nada. Se notaba flotar en su cuerpo, ahora más holgado, como si su cuerpo le viniera grande. – “Bueno, no se está tan mal sólo, después de todo” – pensó.
Pero según pasaba el tiempo, despertado de la anestesia, empezó a notarse extrañamente raro, como si le faltara algo. Una especie de tristeza lo invadió sin que pudiera comentarla con nadie ahora que estaba más solo. La inquietud empezó a embargarlo, se empezó a poner inevitablemente nervioso ante una evidencia que se iba abriendo paso en su cerebro sin que nadie se opusiera a aquella absurda idea que crecía en su mente… - “¡Se han equivocado!” Gritó con todas sus fuerzas, cuando comprendió lo que había sucedido en aquel quirófano – “yo no soy yo”.
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