
Pero yo ya no puedo aguantar más, no puedo seguir callado; el peso de este secreto innombrable me está abrumando demasiado. Se que, contándolo, pongo en peligro mi vida e incluso, ya os aviso, la vuestra; si tienes miedo es mejor que no sigas leyendo este post. Y sin embargo yo quiero afrontar cualquier peligro al que me tenga que enfrentar. La hora de la verdad ha llegado.
Es posible que secuestren este post o incluso que secuestren mi blog, o que yo mismo desaparezca de la blogoesfera; La sociedad secreta a la que pertenezco no se anda con tonterías; no permite que estas cosas salgan a la luz; no le gusta mucho la libertad de expresión. Son secretos que deben permanecer ocultos, dentro del grupo, como las disputas del fútbol se dirimen en el vestuario o los asuntos de la realeza en palacio.
Pero esto es más grave que una disputa entre compañeros de equipo. Es un secreto que afecta a la gran mayoría de mis hermanos en la terrible fraternidad en la que me muevo, y que puede afectar a su prestigio, a su imagen y por qué no decirlo, a sus relaciones sexuales. Al contároslo a vosotros yo me convertiré seguramente en un paria entre los míos, tendré que vivir escondido; ya no conoceré tranquilidad en mi vida, navegando por siempre entre dos mares con mi nombre maldito para siempre en cada playa y en cada puerto, por los siglos de los siglos. Pero no puedo callar por más tiempo, repito; ya son muchos los que se han dirigido a mí, interesándose por esta cuestión; incrédulos, los que me han visto, ante una de las que se supone mayor y más absoluta de las verdades entre mis iguales. El velo debe saltar y el misterio desentrañarse. Debo decirlo ya:
¡Los surfeiros rubios se tiñen!
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